Abecedario y trileros

La realidad es tozuda. Las principales preocupaciones de los españoles, por este orden, siguen siendo el paro y la situación económica, seguidos del terrorismo. Pero como enfrentarse todos los días a los mismos problemas sin aportar soluciones es muy penoso, parece necesario inventar cada día algo que distraiga a la opinión pública y anima las tertulias radiofónicas o televisivas.

La penúltima distracción ha sido el anuncio de reforma del Código Civil en lo referente a los apellidos con que deben ser inscritos los recién nacidos en el Registro Civil y la sugerencia de que, en caso de discrepancia se acuda al orden alfabético. Parece que tan peregrina idea ya ha sido descartada; pero nos ha proporcionado distracción durante unos días, justo hasta que el que fue Presidente del Gobierno de España, Felipe González, se haya autoinculpado públicamente como responsable de los GAL, otro buen motivo de comentarios durante unos días.

Pero vamos a lo de los apellidos. Distraídos sobre si el orden ha de ser el alfabético u otro, se han deslizado temas más importantes. Para empezar la novedad no es tan importante, puesto que desde el año 1.999 ya se podía cambiar el orden de los apellidos cuando así lo solicitasen los padres o el propio interesado. Esta posibilidad la han utilizado aquellas personas a las que la combinación de sus apellidos les jugaba una mala pasada (ya saben, Barriga Grande y cosas por el estilo) y ha pasado absolutamente desapercibida para la mayoría de la gente.

La cuestión no es ésa. Como los trileros, que mientras con una mano distraen la mirada del apostador, con la otra esconden la bolita. Así, mientras se lanza a la calle la discusión sobre el orden alfabético o no, para entretenimientos de todos, se cuela algo más importante: desaparece el Libro de Familia, a partir de ahora, si prospera la reforma, cada recién nacido se inscribirá en una hoja independiente, que será la que le confiera carta de ciudadanía.

¿Qué por qué es importante este cambio?, porque la forma de incorporarse a la sociedad, de ser ciudadano, ya no será a través de una familia, sino directamente al Estado. Desaparece la familia como elemento socializador, el niño se convierte en ciudadano desarraigado, sin más referencias administrativas que el Estado, quien se encargará de atender sus necesidades «de la cuna a la tumba».

Ya saben. Con los trileros la clave está en no distraerse con lo accesorio, sino ir directamente a lo esencial. Y sobre todo: no apostar por ellos.

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