El abuelo Adán

El Diccionario de la Real Academia Española –el DRAE, para los amigos- define el adanismo como el «hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente». Un claro ejemplo de adanismo es nuestro Presidente de Gobierno. Está convencido, al menos lo parece, que la Historia de España empieza con él, que va a reconstruir toda la cultura y la sociedad española.

Todos pasamos por fases de adanismo más o menos acusado. Los hombres con más intensidad que las mujeres (lo siento por los ideólogos de género). Hay dos momentos en la biografía de los hombres en los que este adanismo hace crisis: al casarse y, especialmente, al tener el primer hijo.

Cuando el hombre se casa y empieza a ejercer como marido, tomando una serie de decisiones menores, pero novedosas, como la contratación de servicios, organizar las vacaciones, qué hacer un fin de semana, invitar a unos amigos a cenar y otras cuestiones por el estilo, entra en una fase de adanismo, más o menos acentuada, en la que se empeña en reafirmarse en su nuevo papel, llegando a veces a extremos pintorescos, como los leones en la selva cuando asumen una serie de comportamientos extraños para marcar “su” territorio.

Pero es mucho peor cuando nace el primer hijo: «¡Que se pare el mundo!, tengo un hijo al que, por fin, voy a poder educar como nadie nunca ha educado a sus hijos». Todos los buenos recuerdos, las carencias y también las frustraciones que cada uno ha ido acumulando a lo largo de su infancia y adolescencia, se ponen de pie para conformar un manual educativo tan ideal como imposible; porque educar no es como dirigir una orquesta en la que los músicos siguen fielmente la batuta del director, construyendo un bello concierto. Educar es acompañar, animar, sufrir, callar, disfrutar, esperar y también rezar.

Los abuelos, en cambio, ya han superado el adanismo. La vida se simplifica. Ya no tienen la presión de demostrar a los demás, y a sí mismos, sus cualidades como profesionales o como padres. Se centran en lo esencial. No es que “maleduquen”, sencillamente saben qué es lo fundamental, aquello en lo que hay que exigir sin ceder, y qué lo accesorio; y descubren que lo fundamental son unas pocas cosas que hacen referencia a valores. En definitiva son más libre y aman más, porque sólo desde la libertad se puede amar. Sus sueños ya no le tienen a él como protagonista.

Siempre es lo mismo. Adán ya es supertatarabuelo; pero cuando era joven, recién casado con Eva, también se empeñó en “autoafirmarse”. Todavía estamos pagando su adanismo.

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