Amar en tiempos revueltos

Confieso que, a pesar del tiempo que lleva en la programación de televisión, nunca he visto un capítulo de esta serie; pero no importa, porque lo que me interesa es precisamente el título, no el contenido.

Donde se acrisola el amor, como cualquier actividad humana, es en tiempos revueltos. Es fácil “sentirse” enamorado un atardecer de verano, junto al mar, mientras el sol se pone y se pasea por la orilla de la mano de esa persona encantadora a la que conocimos estas vacaciones y a la que hemos jurado amor eterno hasta el fin del verano. Pero donde de verdad se pone a prueba la consistencia de ese amor es unos años más tarde, gestionando los pequeños/grandes problemas de los hijos, las dificultades económicas más o menos circunstanciales, tropiezos profesionales, renuncias cotidianas, cansancio, rutina, que exige cada día un esfuerzo suplementario de ilusión, y muchas cosas más. Esa es la “prueba del nueve” que pone a prueba el amor.

En política ocurre lo mismo: es fácil liderar en tiempos de bonanza o, al menos, hacer como que se lidera. Sirve cualquiera. Lo hemos visto estos años atrás, en los que la situación económica parecía que era buena (aunque ya se estuviera incubando la enfermedad que eclosionó en 2.007). Eran tiempo para los “grandes proyectos sociales”, aunque estos fueran tan cortos y torpes como la educación para la ciudadanía (adoctrinamiento político), la memoria histórica (reabrir heridas y reverdecer enfrentamientos), leyes sobre la familia (voladura controlada de la familia), sobre la salud reproductiva (aborto libre), la muerte digna (eutanasia), libertad religiosa (intento de eliminación de la Iglesia Católica) y otros proyectos por el estilo.

Pero donde se demuestra la talla del líder, de la persona que es capaz de ilusionar a otros y ponerlos a trabajar en un proyecto común, dando cada uno lo mejor de sí mismo, es en los tiempos difíciles. Para ello se requiere ideas claras y fortaleza de ánimo. Es lo que hizo Churchill cuando se echó a la espalda a la nación británica durante la Segunda Guerra Mundial y la sacó adelante. Es lo que hizo Sagasta, cuando firmó con Cánovas del Castillo el Pacto del Pardo, con el propósito de apoyar la regencia de María Cristina y garantizar así la continuidad de la monarquía ante la situación creada por la prematura muerte del monarca. El alcalde Giuliani, de Nueva York, fue una referencia para una ciudad conmocionada por los atentados de la Torres gemelas. La figura de Adolfo Suárez se va agrandando conforme se va adquiriendo perspectiva de las dificultades que tuvo que superar y las decisiones que tuvo que arriesgar.

El problema actual no es sólo la situación económica, o la falta de ilusión en un proyecto común, sino la ausencia de liderazgo. Si durante un tiempo, aparentemente bonancible, Rodríguez Zapatero asumió las formas externas de un líder, ahora, que es cuando realmente hay que dar la talla, se debate entre la duda y la incompetencia, arrastrando a la nación al vacío y pesimismo. Ante esta situación, en estos tiempos revueltos, o cada uno asume el liderazgo de sí mismo y su entorno, familiar y social, o nos convertiremos en algo tan peligroso como un rebaño de ovejas, sin guía, corriendo hacia ninguna parte.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *