De copas

La semana pasada coincidimos en un funeral tres amigos que hacía tiempo que no nos veíamos: una abogada, casada y con hijos pequeños, otro abogado, soltero y con una vida sentimental bastante “ajetreada” y yo. A la salida, sobre las nueve de la noche, fuimos a un bar a tomar algo y, sobre todo, a charlar un rato. Al poco tiempo la señora casada llamó a su casa para decir que se retrasaría un poco. También yo llamé a la mía para decir lo mismo. La señora aprovechó para decirle al tercero:

– Claro, tú como eres libre no tienes que llamar a nadie.

La respuesta del otro, que responde perfectamente al estereotipo de eso que se suele llamar “un pinta simpático”, me desconcertó. Por un momento se puso serio para decirnos, con un punto de tristeza:

– Y para qué quiero tanta libertad si no tengo a quien entregársela.

Un breve silencio y continuamos hablando de anécdotas y recuerdos con la misma despreocupación de antes.

Desde entonces ando dándole vueltas a la reflexión de Juan –mi amigo se llama Juan-. Pienso que entender la libertad como independencia desvinculada conduce a la soledad. El sentido de la libertad, entendida como capacidad de elección entre vínculos, es ponerla al servicio de alguien, por amor. Porque la mujer quiere al marido, y al revés, se vincula voluntariamente a él, renunciando a muchas actividades o elecciones perfectamente legítimas, para procurar el perfeccionamiento del otro. Lo mismo entre padres e hijos o entre amigos.

Toda elección comporta una renuncia. Es el mismo dilema –aunque la comparación pueda parecer frívola- que se nos presenta ante la carta de un restaurante, cuando no sabemos qué primero elegir porque todos nos gustan. Al final tenemos que decidirnos por uno, “comprometernos” con él, renunciando a los otros. Claro que en el restaurante podemos tener la opción del “menú degustación”; pero en las relaciones humanas los menús degustación no son compatibles con la dignidad de las personas.

Es un problema de madurez. De capacidad para asumir compromisos. De no tener miedo a la libertad; pero cuando no se está dispuesto a asumir ninguna renuncia, en un afán inútil de defender eso que a veces se entiende por libertad, y que no es sino egoísmo inmaduro, uno termina siendo esclavo de “su libertad”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *