Como niños

A veces tenemos que hacer cosas bastante insólitas. La última que yo he hecho ha sido disfrazarme de Rey Mago, en el colegio de mi nieto, para ir por las clases de los más pequeños recogiéndoles las cartas que “nos habían escrito”. Confieso que fui de mala gana, por eso puse como condiciones que el disfraz tenía que ser lo suficientemente convincente como para que mi nieto pequeño no me reconociera cuando entrara su clase y que me negaba a ser Baltasar. No era un problema de racismo, sino que no me apetecía maquillarme de negro y luego desmaquillarme.

Así, con un entusiasmo perfectamente descriptible, acompañado por Gaspar y Baltasar, empezamos el recorrido por las clases. Nada más entrar en la primera me di cuenta de que aquello iba a ser mucho más interesante de lo que pensaba. ¡Los niños aceptaban como lo más normal del mundo que los Reyes Magos –los auténticos- les visitaran y recogieran sus cartas! Hablaban con nosotros con la mayor naturalidad, contándonos lo que nos habían pedido. Algunos reconocían que se habían portado mal, y me pedían perdón. Otra me contaba que su padre estaba enfermo, que a ver si podía hacer que se pusiera bueno. Había quien, directamente, me pedía que le trajese todo lo que ponía en la carta. Todo eso, repito, con la mayor naturalidad y con una mirada limpia y llena de alegría.

A medida que iba recorriendo clases pensaba cuánto nos hemos ido dejando “los mayores” por el camino, desde la infancia hasta eso que llamamos madurez. El niño no tiene “suficiencia”, se reconoce limitado y necesitado de sus padres o de las personas mayores en quienes confía -los abuelos, los profesores o, en este caso, los Reyes Magos-, por eso acude a ellos con absoluta confianza y sinceridad. Se abandonan, confiados, sin prejuicios ni recelos, a quienes les quieren.

Reconoce sus faltas con humilde naturalidad, seguro del perdón, convencido de que la respuesta de su padre, o del Rey Mago, va a ser un gran abrazo que ahogará sus posibles faltas en un mar de cariño.

Pide lo que cree que necesita, sin pararse a calcular si eso que pide es razonable o posible. Su padre lo resolverá.

Sencillos, sin complicaciones que nacen del egoísmo o de respetos humanos.

Felices, lo transparenta su mirada. Viven intensamente el presente, olvidando el pasado, que ya pasó, y sin abrumarse por el futuro, que aún está por llegar.

No sé por qué eso de ser mayor tiene que suponer renunciar a las cosas buenas de la infancia. Merece la pena hacer un esfuerzo para recuperar esas buenas cualidades innatas en la naturaleza humana. No se trata de hacerse niños en el sentido “infantil” de la palabra, sino de recuperar su fortaleza y capacidad de enamoramiento.

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