Abuelos

¡Cómo cambian las cosas! El estereotipo de abuelo siempre había sido un señor mayor, de pelo blanco, apoyado en un bastón, que contaba historias a los nietos sentado en un banco del parque. La abuela, por su parte, era una anciana, no menos venerable, vestida de oscuro, de andar tambaleante, que preparaba  unos postres que pasarían a formar parte de nuestros recuerdos. Pero hoy conocemos abuelos que aún no han cumplido los sesenta, se mantienen en activo y los fines de semana cogen sus raquetas de tenis o su bicicleta de montaña, a lo mejor acompañados por

sus nietos. Y abuelas que continúan acaparando miradas silenciosamente admirativas cuando pasan por la calle, anunciando la primavera con mejor argumentación que los grandes almacenes.

Pero siguen siendo abuelos y teniendo muchas cosas en común con los de antes: las esenciales. Aunque no lo confiesen aparecen las primeras limitaciones físicas, serenamente asumidas sin quejas. La vida se simplifica. Ya no tiene uno la presión de demostrar a los demás, y a sí mismo, sus cualidades, como profesional o como padre. Se  centra uno en lo esencial, sin necesidad de ser, o aparentar ser, un superman o una superwoman.  No es que “maleduque” a los nietos, sencillamente sabe qué es lo fundamental, aquello en lo que hay que exigir sin ceder, y qué lo accesorio. Y descubre que lo fundamental son unas pocas cosas que hacen referencia a los valores. Prescinde de lo demás. Tiene más experiencia, es decir: ha ido ponderando interiormente todos los acontecimientos de los que ha sido protagonista o espectador, que ya van siendo muchos, y esa ponderación le ha dotado de una especial serenidad y sabiduría. Adquiere visión global y, como consecuencia,  mayor capacidad de análisis. Sabe pasar a un segundo, o tercer plano, disfrutando con el lucimiento de sus nietos, o hijos, sin reclamar, ni pensar siquiera, en la parte que a él le corresponde en ese éxito. Sigue mirando hacia adelante, por eso se mantiene joven, porque sigue teniendo proyectos; pero proyectos de crear espacios de libertad en los que sus nietos, y los demás,  puedan instalarse y vivir como personas. Sus sueños ya no le tienen a él como protagonista.

            Todo eso se resume en algo muy concreto: se es más libre, entendiendo la libertad en su exacto sentido, no como la posibilidad de hacer lo que me de la gana, sino como capacidad para poder elegir lo mejor, lo que más me conviene a mí y a los que me rodean. Por eso sólo desde la libertad se puede amar –elegir lo mejor-, amor que tiene su piedra de toque en la renuncia al propio  yo, que necesariamente lleva a “descentrarse”, a centrarse en los demás.

Desde la serenidad de la madurez, el abuelo entiende la libertad no como una conquista personal, sino como un don gratuito, y esa libertad, por tanto, será proporcional al amor y confianza depositados en los otros: en los nietos, en los hijos.

No sólo en las familias, también en las empresas hay abuelos. Empresarios que las crearon, que lucharon por sacarlas adelante; que no desmayaron cuando la economía, como los hijos a veces,  se torcía y había que recomenzar; que sacrificaron muchas ilusiones legítimas, para sacarla adelante; que supieron estar al lado de cada uno de sus colaboradores más allá de lo que les era legalmente exigible; que saben ir cediendo capacidad de decisión, aún cuando éstas decisiones no coincidan con su criterio personal; que son intransigentes en muy pocas cosas: las imprescindibles, las que se refieren a las actitudes personales que deben conformar el estilo empresarial; que ponen su experiencia al servicio de los demás, para que sean ellos los que triunfen; que disfrutan con los éxitos de los nuevos directivos, sin pararse a pensar que buena parte de ese éxito es suyo; que no aparecen en los buenos momentos; pero continúan estando allí cuando se les necesita.

 Abuelos en la familia, abuelos en la empresa, abuelos en la vida. Referentes permanentes, porque saben situarse en un segundo plano a contemplar activamente como comienza el atardecer de un día que es víspera gozosa de los que están por venir. Pero esos ya los verá desde otra perspectiva.

06.10.2011

3 comentarios

  1. José Ramón Bécares

    Muchas gracias por el articulo sobre los abuelos. Me consta que eres uno de ellos, de los buenos. Conocemos varios con ese perfil a los que nunca les estaremos suficientemente agradecidos los que todavía no somos abuelos, aunque no lo seamos por falta de ganas, y estemos a punto de serlo. Pero también es verdad que ha habido siempre abuelos, y los seguirá habiendo en el futuro, con esos mismos perfiles. Y los que pensamos así, seremos también abuelos y colaboraremos también en la medida de nuestras posibilidades en el desarrollo de la sociedad que nos ha tocado vivir y dejar. Realmente es el rol más interesante a desarrollar, estoy convencido. Si ya lo era en la antigua Grecia, imaginate hoy en día. Y en el medio, la de abuelos que ha habido que, sin tener que justificar su abuelía, también la han desarrollado y desempeñado con dignidad.

  2. conchita

    Tienen el más prestigioso Maser hecho: ¡el de la vida! una vida llena de experiencias, de vivencias, de alegrias, de sufrimiento, de éxitos de fracasos…cuando tenemos que aprender de ellos y a veces …¡qué poco lo hacemos!

  3. Joaquin Bauzano Poley

    Muy cierto Ignacio,ser abuelo es una experiencia que amalgama todas las demás, dando sentido exacto y calmado a toda una vida. Una historia fantástica observada desde una esquina de la existencia con una eterna sonrisa en el alma,un espacio entre lo simple y lo sublime que lo inunda todo con una luz nueva.

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