El déficit, Mercadona y las amas de casa

Perdonen que insista; pero es que estos días no se habla de otra cosa que no sea el déficit. Todo el mundo es ya un experto en macroeconomía que maneja conceptos y términos en inglés con una soltura digna de un Premio Nobel; pero yo prefiero seguir tratando de explicarme y explicar estos temas, aparentemente complejos, de forma sencilla; simplemente reduciendo la escala a ámbitos y magnitudes que se puedan abarcar y comprender.

Ayer comentaba que, en una familia, se produce un déficit estructural cuando su nivel de gastos -su nivel de vida- es mayor que sus ingresos. La única solución es reducir ese nivel de vida, recortando gastos no esenciales, para equilibrarlos con los ingresos. También sería interesante que la familia tratara de aumentar sus ingresos: el hijo puede repartir pizzas y la madre vender tartas, por ejemplo.

Ocurre que cuando los ajustes que hay que hacer se calculan en más de cuarenta mil millones de euros (no lo pasen a pesetas que se asustarían), como es el caso del Reino de España,  parece que las decisiones de ahorro, o recorte, también han de ser todas millonarias; Pero cambiemos la escala, vamos a fijarnos en esas expertas en economía que son las amas de casa, especialmente las de familias más numerosas;  ¿dónde ahorran? Lo de prescindir del jamón serrano, el chuletón de buey y la merluza fresca ya hace tiempo que lo asumieron. Ahora el ahorro está en aprovechar los restos de una comida para hacer croquetas, o una sopa, en arañar unos céntimos en el litro de leche de oferta o en utilizar lavadora y lavavajillas por la noche, para aprovechar las tarifas eléctricas más baratas.  Cada una de estas decisiones supone unos pocos euros; pero todas juntas ya son significativas y, lo que es más importante, generan una cultura de ahorro que se traslada de forma natural a toda la familia.

Según un reportaje publicado este mes en la revista Actualidad Económica, la política de precios bajos de  Mercadona se basa en este mismo criterio. Repensar todos sus productos y procesos, arañando, a veces algo menos de un céntimo por unidad de producto, algo insignificante, se podía pensar; pero eso ha supuesto una reducción de costes total, trasladado al consumidor final, de 2.500 millones de euros. Quizá eso tenga algo que ver con el liderazgo de esta cadena en el sector de la Gran Distribución.

Ahí van, pues, unas pistas para los responsables del gasto público. Las grandes decisiones de recortes han de ir acompañadas por muchas pequeñas decisiones de ahorro: en material de oficina, en viajes, en número y utilización de coches oficiales, subvenciones culturales, dietas, mejora de procesos, racionalización de espacios y muchas cosas más.

¿Por qué los modelos de gestión financiera que funcionan en una  familia o en una de las empresas más eficientes no se aplican a esa gran empresa que es la Administración del Estado? No son realidades distintas. La Administración no pasa de ser una gran empresa de servicios, con una clientela cautiva que ha de consumir y pagar sus servicios de forma obligatoria. O a lo mejor ése es el problema.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *