FORTALEZA Y OPTIMISMO

A estas alturas ya se ha dicho casi todo sobre María de Villota. Piloto de Fórmula 1, hace un año sufre un grave accidente, al que sobrevive después de varios días en coma y varias operaciones para reconstruirle huesos de mandíbula, cerebro y cuello. Pierde un ojo y le quedan importantes y dolorosas secuelas, a las que, por cierto, nunca se refiere.

Reorganiza su vida dedicándose a temas relacionados con el mundo del motor, compatibles con su nueva situación, y a escribir y dar conferencias en las que transmite ilusión por vivir.

De improviso, un año después de su accidente y como consecuencia –al parecer- del mismo, fallece de forma repentina, justo momentos antes de pronunciar una conferencia sobre “Lo que de verdad importa”.

¿Qué es lo que hacía tan singular a esta mujer?, ¿por qué ha sido tan comentado su fallecimiento?, ¿cuál era el secreto de la amable admiración que despertaba? Se podrían decir muchas cosas; pero me fijo en dos cualidades –si lo prefieren dos virtudes- en las que destacaba especialmente: fortaleza y optimismo.

Fortaleza que supone no apocarse cuando las cosas se tuercen. No conformarse con soportar serenamente las dificultades que se oponen a una mejora personal o a una vida lograda, sino empeñarse en vencer las dificultades y acometer grandes proyectos de mejora, personal y de los demás.

El optimismo no es la inconsciencia de pensar que todo saldrá bien porque sí. El optimista reconoce los problemas y confía en sus propias posibilidades y en la ayuda que los demás pueden prestarle. Ante cualquier situación distingue lo que es mejorable de lo que son obstáculos insalvables, y se aplica con entusiasmo a mejorar lo mejorable y a afrontar los obstáculos con deportividad y alegría.

Lo que hace atractiva a una persona, más allá de su aspecto físico o habilidades personales son sus virtudes humanas, que no son opcionales, como los extras de un coche, sino esenciales; son las que constituyen plenamente a la persona. Puede que no se reconozcan de modo explícito, pero hacen que, quienes las cultivan, sean “personas con aroma”, con una aroma que permanece en el tiempo, aunque la persona se ausente. Esa es la clave del reconocimiento general hacia la persona de María de Villota.

Como dice Fernando Alonso, compañero de profesión, ahora lo que queda es rezar. Rezar por ella y porque su aroma permanezca.

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