“En el camino”, en español, es el título de la novela de Jack Kerouack, publicada en 1957. En esta narración, de corte autobiográfico, cuenta sus viajes por los Estados Unidos, en compañía de un ecléctico grupo de amigos, música y drogas. Pocos años más tarde la obra se convirtió en el germen de la generación beat; el movimiento hippie; las revueltas de Berkeley y el Mayo francés.

            Hoy, casi cincuenta años después, Daniel Cohn-Bendit, uno de los principales líderes de las revueltas de Mayo, es eurodiputado ecologista; Bob Dylan sigue buscando la respuesta en el viento; otros de sus colegas franceses están cómodamente instalados en la Administración, incluso ocupando ministerios. Y la novela se sigue vendiendo  -incluso se puede descargar gratis por Internet-. Sería el momento de venderla por fascículos en los quioscos, incluyendo con el primer fascículo el equipo del manifestante: bocadillo, pancarta plegable,  tubo de silicona y un poema de Allen Ginsberg.

            No voy a entrar a analizar los resultados de las elecciones andaluzas. Son los que son y ahí están. Ahora es el momento de los sociólogos y tertulianos,  que tienen que explicar por qué las cosas no salieron como ellos pronosticaron. El dato objetivo es que, tras un largo viaje, seguimos “en el camino”. El mismo que empezaron hace treinta y tantos años un grupo de gente joven e ilusionada y que, con el paso de los años, ha cristalizado en un régimen asfixiante, inmovilista y empobrecedor.

            Las diferencias entre un sistema democrático y un régimen son rotundas. En el régimen la Administración como tal, independiente y eficaz, no existe, es una prolongación del partido. Se impone la ocupación de toda la sociedad civil, desde organizaciones profesionales hasta asociaciones de vecinos. La ideología se pierde ahogada en el mantenimiento del poder por el poder. La necesaria discrepancia en las ideas  se interpreta como un ataque a la nación, al régimen. Es necesario el adoctrinamiento de los más débiles –niños  y personas con menos nivel cultural-, hay que eliminar la capacidad crítica en los ciudadanos. Los objetivos políticos se plantean a muy corto plazo, teniendo siempre como finalidad el beneficio de los jerarcas y el mantenimiento del poder. Hay que crear un enemigo externo al que hay que combatir para que no desmonte el régimen –antes el comunismo y los masones, ahora la derecha y el Vaticano-.

            En definitiva: después de tanto andar estamos en el punto de partida. Hemos vuelto al Movimiento Nacional, sólo que en una situación económica mucho más delicada. Nuestro camino ha sido un amplio círculo en el, por ahora, parece que estamos condenados a seguir caminando dando vueltas y sin avanzar.

            La salida no es fácil ni inmediata.  Para desmontar el anterior régimen se necesitó  liderazgo y generosidad. Ninguna de esas dos circunstancias se dan hoy en nuestra región. Ni la alternativa al  gobierno recién  alumbrado presenta un liderazgo claro e ilusionante,  ni existe la mínima dosis de generosidad y altura de miras necesaria en la clase política.

            Hay que empezar prácticamente desde cero. Tenemos una generación que ya es difícilmente recuperable: la generación del PER y de la subvención. La que ampara la corrupción porque “ahora por lo menos se lo llevan los nuestros”. La generación en la que han fraguado unas organizaciones sindicales y patronales endogámicas, financiadas con dinero público, que han perdido su finalidad de  servicio a sus afiliados -los que los tengan-, y han derivado hacia empresas generadoras de recursos  con las que mantener un “aparato” cada vez más complejo, aún entrando en competencia con sus propios asociados.

            La alternativa al gobierno regional, en este caso el Partido Popular, necesita no sólo un cambio de líderes, sino de planteamiento. Pasar de los movimientos tácticos para conseguir resultados a corto, a la estrategia a largo.  Definir realmente su programa, apoyándolo no sólo en recetas sino en un modelo de pensamiento sólido y coherente. Y lo más importante: que la sociedad civil, la única realmente independiente, se vuelque en la identificación y preparación de potenciales  empresarios. Preparación no sólo en los aspectos técnicos y funcionales, sino en los fundamentos antropológicos.

            Confío poco en las instituciones. La clave está en las personas, en la sociedad civil, la que tiene que alimentar realmente los cambios a medio plazo, crear su propio camino, en línea recta, no en círculo.

 

 

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