No es una ocurrencia de la ONU. Tampoco estamos hablando del calendario chino, que este año es el del conejo. Más sencillo: nos estamos refiriendo a esas empresas que constituyen el 99,8% de nuestro tejido empresarial, que generan el 89% de empleo y que siguen siendo las grandes olvidadas, o incluso las perdedoras, en los planes de recuperación económica.

Algo está fallando. El mercado del dinero ha cambiado y parece que los actores no se dan por enterados. Los que pueden ahorrar lo hacen, depositando su dinero en un plazo fijo o algo similar, nada de productos de inversión. Eso significa que los bancos aumentan el volumen de dinero depositado por los clientes. Si lo tradujéramos al lenguaje comercial diríamos que aumentan sus existencias (por las que tienen que remunerar a los ahorradores). Por el lado de los compradores de dinero, los prestatarios o solicitantes de crédito, vemos que el consumo doméstico ha caído y, consecuentemente, los créditos al consumo también.  La compra de viviendas  presenta descensos muy acusados, el mismo que los créditos hipotecarios. Quiere esto decir que el segmento particulares ha caído y no se prevé su recuperación a corto plazo.
¿Y el otro gran grupo de clientes potenciales: las pymes? Aquí hay algo más que hablar. Son pocos, aún, los empresarios con la suficiente formación financiera para llevar una buena gestión en esta área, especialmente en lo referente a la financiación ajena. Tampoco los bancos y cajas (aunque al ritmo que vamos ya pronto habrá qué decir sólo los bancos) andan muy finos en este segmento. Anuncian cada día líneas especiales de financiación para pymes; pero cuando uno lee el folleto con atención, suele encontrar más de lo mismo: señor empresario, si usted aporta garantías personales, domicilia el pago de nóminas, seguros sociales y recibos, le concedemos un crédito –si lo aprueba la Comisión de Riesgo-, no le cobramos las tarjetas de crédito y le regalamos una colección de DVDs sobre el arte románico.
Las consecuencias de este planteamiento comercial son que la capacidad de endeudamiento de la pyme queda limitada a la capacidad de oferta de garantías personales que tenga el empresario  y que las estrategias a largo plazo son complicadas de plantear y llevar a cabo. Así es difícil cambiar el modelo productivo de la empresa (del interés que pueda despertar el románico ya hablaremos otro día).
La gran distribución –el sector más ágil del sector servicios- se está reinventando continuamente, adecuándose y anticipándose a las modificaciones de las necesidades de los clientes y de sus hábitos de consumo. Es una reinvención alimentada por los dos grandes actores: distribuidores y consumidores. Pero en el mercado de la banca comercial esa agilidad no existe. Con las tarjetas gratis y los DVDs no se va a ninguna parte. Hay que cambiar las reglas del juego: ¿por qué no préstamos participativos, o tomas de capital por un periodo determinado, o cesión temporal a la pyme de ejecutivos o directores financieros para que planteen y desarrollen nuevas estrategias? En esta línea se podrían abrir muchas más posibilidades.
En el mercado de la música la solución a la caída de ventas de discos –o CDs- no es  tratar de impedir las descargas por Internet, sino reconocer que han cambiado las reglas del juego y hay que inventar nuevamente el mercado. Con la banca pasa lo mismo. Se pasó el tiempo en el que el banco “concedía” créditos. Ahora o cambia su política comercial o cada vez tendrá más ahorros a los que pagar y menos préstamos por los que cobrar.  Es un problema de los actores del mercado: bancos y pymes, oferta y demanda.  O se ponen de acuerdo para redefinir las reglas del juego, o ambos  saldrán perdiendo: las pymes sin financiación, los bancos sin clientes.
“Al final siempre nos quedará París…” decía Rick (Humphrey Bogart) a Ilsa (Ingrid Bergman) en Casablanca. Les quedaba el recuerdo de algo maravilloso que  les servía de  consuelo en  momentos difíciles. La banca hoy parafrasea a Rick y repite: “Al final siempre nos quedará la Deuda Pública…”; pero no es lo mismo.
08.02.11

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