Hace unos años, en 1998, se conmemoró el centenario del nacimiento de García Lorca, utilizado como arma arrojadiza –no se sabe muy bien contra quién- por  retroprogres  desconocedores de su obra. Este año repetimos esquema con Darwin, del que se conmemora el segundo centenario de su nacimiento, esgrimido por los ignaros de siempre en sus peculiares cruzadas. El  autor de El origen de las especies, publicado en1859, proponía que la  diversidad que se observa en la naturaleza se debe a las modificaciones acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas generaciones. Simplificando  podemos decir que el núcleo de su teoría consiste en explicar que, ante los cambios en el entorno, las especies se van adaptando a esos cambios. Las que mejor se adaptan sobreviven, el resto desaparece.
No voy a entrar ahora en la polémica, ya superada, entre creacionismo y evolucionismo que algunos se empeñan en resucitar, es otro aspecto el que nos interesa: existe también un  darwinismo empresarial que, precisamente ahora, se pone de manifiesto con especial intensidad.
Que las empresas tienen que adaptarse, incluso anticiparse, a los cambios del entorno es obvio. También que las que mejor se adaptan sobreviven y las otras primero languidecen y luego mueren lentamente; pero ahora  ese  proceso se ha acelerado. El entorno social ha cambiado en estos últimos meses de forma radical. La verdad es que estas transformaciones se habían venido gestando desde hace tiempo, casi desde la caída del Muro de Berlín; pero la crisis financiera y económica ha precipitado la eclosión de todas esas transformaciones larvadas.
¿Como adaptarse a los cambios para sobrevivir?, ¿cuáles son las claves del futuro? Es difícil jugar a adivino pero, puestos a jugársela, me atrevo a asegurar  que el problema básico no es el económico, ésa es la manifestación externa (la fiebre) de algo más profundo (la infección). La clave radica en que el esquema de valores que sostenía la sociedad se ha ido deshaciendo, poco a poco y, de repente, se ha venido abajo. La búsqueda de beneficios a corto, el endeudamiento para el consumo, el delegar la satisfacción de las necesidades básicas en el Estado,  el afán de igualar por abajo (que nadie destaque para que no ponga  en evidencia mi mediocridad), la ausencia de objetivos personales y profesionales a medio y largo plazo, la adecuación de los principios básicos a la opinión de la mayoría, el sentirse sujeto de derechos; pero no de deberes, esperar que el estado atienda todas mis necesidades, reales o creadas. Todo esto, y algunas actitudes más por el estilo, ha tenido su manifestación externa en la actual crisis económica de una profundidad  y alcance desconocidos.
Si la empresa quiere adaptarse con éxito a los cambios del entorno, ahí tiene las claves. El modelo que acabamos de describir se ha agotado. La sociedad que viene  ha de estar centrada en el desarrollo personal, en promover la cultura del esfuerzo, del estudio, de la responsabilidad personal, de la vertebración de la sociedad civil. En superar el infantilismo de “lo quiero todo y lo quiero ahora”. Recuperar el valor de la familia como ámbito de inserción personal en la sociedad; reconsiderar a los mayores, como referentes de ponderación y análisis. En resumen: retornar a la persona  como eje de la sociedad.
Los viejos modelos no valen. Ahora la empresa, si quiere sobrevivir, está obligada a un profundo cambio de estrategia que va más allá de retoques en los departamentos clásicos de ventas, marketing o producción. La adaptación darwiniana que se le exige para sobrevivir supone pasar de estar centrada en el producto a estar centrada en la persona. Eso es algo más que retórica, exige un  replanteamiento profundo de su misión, de sus valores y de su estrategia a largo.
Puro darwinismo: ahí están los cambios; las primeras empresas ya están cayendo, las que se adapten son las únicas que sobrevivirán.
 14.04.09

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