Cuando un empresario adquiere una cierta notoriedad suele aparecer en los medios de comunicación. En entrevistas, intervenciones públicas, o simplemente en la charla con sus amigos, los hay que proclaman con satisfacción  que ellos “se han hecho a sí mismos”. Lo dicen además con un timbre de orgullo, como para subrayar que ellos no le deben nada a nadie. Todo lo han conseguido por su esfuerzo y su visión del negocio. Eso dicen.

            ¿Seguro que es así, que no debe nada a nadie? ¿No ha tenido una familia en la que nació, se educó, que lo mantuvo y ayudó hasta que se pudo independizar?, ¿nunca se desahogó con un amigo  al que le fue contando sus proyectos, sus fracasos, sus dificultades, sus aciertos y sus sueños?, ¿ningún socio  compartió  con él los primeros pasos, aunque ya no esté?, ¿no ha aprendido nada de otras empresas en las que fue observando lo que se debía hacer  y lo que no daba resultado?, ¿y su cónyuge –en su caso- no ha compartido el proyecto, a veces sacrificando incluso sus planes personales para sacar adelante el del otro?, ¿no han hecho nada por él los proveedores que le aceptaron letras, los bancos que le abrieron una línea de descuento, los clientes que le hicieron los primeros pedidos o encargos?.
¿Seguimos?
En mi vida profesional he tratado con muchos empresarios. Los verdaderamente importantes, con independencia del volumen de facturación, que no es criterio exclusivo para determinar el éxito de un empresario, tienen algo en común: la capacidad de aprender continuamente de los demás y un permanente reconocimiento agradecido a quienes les han ayudado.
Andan sin embargo por ahí muchos self made man inseguros, disfrazados de triunfadores,  que disimulan esta  inseguridad con arrogancia o con falta de afabilidad, de preocupación por los demás, de comunicación. Se  pierden así las mejores oportunidades de hacer crecer su empresa, aunque durante un tiempo, mientras navegan con viento de popa parece que todo va bien.
De la misma manera que los distintos modelos ético-culturales dan lugar a sistemas económicos distintos, como se comprueba en la Historia del Pensamiento Económico, también la cultura de un empresario, entendida como el conjunto de sus valores y creencias, determina la calidad de su empresa.  La empresa no tiene vida propia, se la transmite la persona que la dirige. Por eso hay empresas vulnerables, egoístas, prudentes, innovadoras, inmorales, aptas para vivir en libertad al aire libre, en medio de la calle, o  necesitada de muletas, y es ahora, en tiempos de turbulencias, cuando se ponen de manifiesto las debilidades  o fortalezas  que se han ido incubando en tiempos de bonanza.
Hace más de veinte años Tom Peters y Robert Waterman publicaron “En Busca de la Excelencia”, en el que trataron de identificar cuáles eran las prácticas  de 43 empresas triunfadoras, en busca de atributos comunes que pudieran ser transferibles y utilizables por otras. El libro tuvo gran éxito, pero el caso fue que muchas de esas empresas de éxito años más tarde habían desaparecido y otras, como IBM, sufrieron un tremendo batacazo del que salieron reinventándose casi por completo, lo que no es obstáculo  para que Tom Peters siga pronunciando millonarias conferencias en las que propone nuevas técnicas para triunfar.
Y es que la clave no está en la calidad de las técnicas de gestión, sino en la calidad de la persona que las aplica. Una misma tecnología médica igual puede servir para salvar vidas, en un trasplante de órganos, que para matar fríamente a un no nacido, todo depende del médico que la utilice. 
A veces no se aprecia a simple vista  la diferencia entre las oficinas de dos empresas; pero esa diferencia existe, consiste en que mientras una ha cuidado exclusivamente el aspecto externo, la apariencia, la otra, además, ha invertido mucho en tecnología y redes informáticas. Con las personas pasa lo mismo. Además de en  apariencias, o signos externos, hay que invertir sobre todo en dotar de “tecnología interior”, de interioridad, al empresario. Eso sí es hacerse a sí mismo, algo imprescindible;  pero hacerse “junto a”, no “frente a”, esto último supone desarraigo, que hace a la persona especialmente vulnerable. Vulnerabilidad que se traslada a la empresa. Y no están los tiempos para descuidar  nada.
10.03.09

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