La anécdota se atribuye a Marilyn Monroe y Albert Einstein. En cierta ocasión la actriz le comentó al físico: ¿Imagina cómo sería un hijo de los dos, con mi belleza y su inteligencia?.  Sin pensarlo Einstein le contestó: Señorita, ¿y  si sale al revés?.  Esta situación es la que describe a un partido en el gobierno que no gobierna, pero maneja muy bien la comunicación, y una oposición que cumple correctamente con su trabajo, pero no sabe comunicar.
            La última muestra –por ahora- la tenemos en el tratamiento de la crisis económica. Desde que hace un año empezaron a asomar los primeros síntomas la parálisis del gobierno ha sido absoluta y las pocas decisiones que ha tomado han contribuido a empeorar las cosas. Pero hay que transmitir a los ciudadanos mensajes cortos, simples y muy repetidos, para que se conviertan en verdaderos: “La culpa de la crisis es de Estados Unidos y de los neocon”. “El modelo de libre mercado ha fracasado, por eso ahora tiene que intervenir el Estado para salvar la economía”.
            Estos mensajes se van repitiendo por  el partido en el gobierno en distintos tono y registros. Hace unos días el Presidente de la Junta de Andalucía, en la clausura del IX Congreso Regional de las Juventudes Socialistas, dio una vuelta de tuerca más, siempre dentro de la ortodoxia propagandística, al asegurar que  la culpa la tienen “los neoconservadores americanos y el ex-presidente Aznar…” completando la faena con  la supuesta relación entre la crisis energética y la guerra de Irak.
            Pero lo mejor de su mensaje era esta otra perla: la crisis, “de causas internacionales, ha roto la concepción del mundo de la derecha”, por lo que se hace necesaria “otra globalización” asentada en las bases del socialismo.  
Sería divertido recordar al señor Chaves y demás repetidores de consignas quiénes eran los neocon  y cuáles eran sus propuestas. Seguramente se llevarían una gran sorpresa al reconocer en ellos a quiénes, poco antes de la caída del Muro, propugnaban, desde la izquierda, la extensión del Estado del Bienestar, si bien corrigiendo los excesos de la Unión Soviética. Así que meter a Reagan o Tatcher en ese bloque –como suelen hacer- es un disparate bastante pintoresco. Pero tampoco importa demasiado: los publicistas buscan la adhesión, no el análisis.
Ahora en serio: ¿es razonable la objeción que se hace al liberalismo, o a la economía de mercado, tras  la necesaria intervención de los gobiernos para salvar la economía?
La primera observación es que el sistema que ha entrado en crisis tiene muy poco de liberal. Una economía fuertemente regulada por el manejo de los tipos de interés como medio para regular el ritmo económico; con sindicatos más preocupados de levantar barreras de entrada al espacio de los trabajadores con contrato fijo que de crear empleo; con organizaciones empresariales que trasladan a sus afiliados más perplejidad que certezas; por no hablar del papel de  la Administración en la fijación de precios del suelo urbanizable y su repercusión en el precio final de la vivienda.
A eso hay que añadir empresas, normalmente grandes corporaciones que cotizan en bolsa, más preocupadas por los resultados trimestrales y crear valor de forma inmediata para el accionista, que de la sostenibilidad en el tiempo de la empresa, sobre todo cuando en esa creación de valor los directivos se juegan el bonus.
Frente a todo este panorama, el empresario auténtico, el que se la juega todos los días, el que garantiza sus créditos con su vivienda, el que reinvierte sus beneficios, el que tira de póliza para pagar salarios; que no entiende de ingeniería financiera, sino de la última línea de la Cuenta de Resultados, que contribuye a generar el 14% del PIB, tampoco pide demasiado. No ya que se ayude, sino que no se le estorbe, que realmente se delimiten unas reglas de juego claras, que no se disfracen de economía de mercado planteamientos intervencionistas.
En una tira cómica se veía a una pareja discutiendo acaloradamente las causas de su fracaso matrimonial ante la mirada perpleja de su hijo, que aprovecha una breve pausa entre los padres para decir: “¿Y qué hay para cenar?”. Esa es el planteamiento del empresario que, en definitiva, es quien tiene que tirar del carro de la economía: No sé si la culpa  es de Bush, de la derecha, de la izquierda o de la guerra de Irak; pero tomen decisiones, hagan algo,   preocúpense de la cena. Y si no déjenme entrar en la cocina que ya me las arreglaré yo.
14.10.08

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