A las tres de la mañana,  con dos niños llorando,  uno de ellos por  fiebre y el otro no se sabe por qué (quizá por solidaridad con su hermano), mientras busca desesperadamente unas gotas que bajen la fiebre, el padre se pregunta: “¿Por qué no me dieron, al casarme, un Libro de Instrucciones en el se explicara todo esto?”:

           Suele pasar.  En la familia y en la empresa. Normalmente uno se lanza con tanta ilusión como falta de formación a formar una familia o a montar una empresa. Hace falta estar un poco loco y muy ilusionado para embarcarse en esas aventuras. Pero la ilusión no lo es todo. Unos proyectos tan importantes como esos no salen sólo a golpe de entusiasmo, tienen que complementarse con una serie de valores personales y con una formación básica, imprescindible si no se quiere correr el riesgo de fracasar con la misma vehemencia con que se comenzó.

Dejando por ahora a un lado el tema del matrimonio (volveremos sobre él algún día, porque es una de las claves de una sociedad sana y libre, imprescindible para el desarrollo de iniciativas emprendedoras), vamos a centrarnos en la empresa, en la necesidad de reforzar el entusiasmo con una razonable dosis de formación.

Los golpes de suerte en los negocios son escasos, suelen ser el resultado de una buena planificación y de un trabajo intenso y continuo. Incluso  cuando se dan, si no hay un empresario lo suficientemente formado como para reconocer esa buena coyuntura, ésta pasa de largo.

Una de las características comunes a los  buenos empresarios es su capacidad de análisis.  No es algo que surge por casualidad, es el fruto de una preparación intensa y continua que debe dotarse, además, de las herramientas de contabilidad, finanzas, planificación estratégica, política de empresa, dirección comercial y relaciones humanas, entre otras cosas. Esto sólo se consigue preparándose, de forma continua, esforzada y sistemática, para mejorar la cualificación profesional como empresario.

No se trata sólo de hacer un máster –aunque podría ser una buena opción-. Hay otras posibilidades. Son muchas las entidades que organizan cursos y seminarios sobre los más variados temas y  para cualquier nivel.  Tampoco se trata de apuntarse a todo lo que uno vea. Lo que sugiero es algo más racional: lo primero analizar cuáles son mis puntos débiles, aquellos en los que necesito una mayor formación: puede ser ventas, análisis de balances, comercio internacional o cualquier otra materia. A partir de ahí, con la ayuda de organizaciones empresariales -tanto la CEA, como CAT Andalucía son  referencias ineludibles  en temas de formación-,  verificar cuáles son  sus ofertas formativas y diseñar cada uno su propio plan de formación.

Ir picoteando cursos, sin más criterio que el atractivo que pueda deducirse del folleto que los anuncia,  puede ser una pérdida de tiempo y de esfuerzos, además de matar la ilusión en los temas formativos.  No existen “cursos-milagro”, del tipo: “Aprenda inglés en quince días y sin esfuerzo”, como tampoco existen las “dietas-milagro”: “Pierda diez kilos en una semana, comiendo de todo”. Lo que existe es el trabajo planificado, riguroso y la voluntad decidida de alcanzar una mayor cualificación profesional. No basta con ser un excelente productor, de bienes o servicios, o un excelente vendedor. Hay que ser un excelente empresario.

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