Naturalmente que el empresario, como cualquier otro ciudadano, tiene perfecto derecho a opinar libremente sobre la mejor forma de abordar y resolver los problemas de la cosa pública. Sin embargo empieza  a aparecer una diferenciación, tan sutil como falaz, que consiste en atribuir al empresario la etiqueta de derecha o izquierda, precisamente por la naturaleza de su actividad empresarial.

A un grupo de mujeres que constituyen una sociedad cooperativa para poner en marcha una granja-escuela, se las etiqueta como progresistas de izquierdas. Si  lo que montan es una sociedad limitada para  explotar una tienda de moda, caen del lado de las de derechas.  Así podríamos poner más ejemplos de empresarias y empresarios, jóvenes y no tan jóvenes, en cualquier sector. Evidentemente esta etiqueta no tiene que responder a la realidad, pero funciona en el subconsciente de determinados agentes sociales.

De entrada habría que definir qué  significan hoy  -si es que significan algo- los conceptos de derecha e izquierda. Estos términos, referidos a la política, nacen el  siglo XVIII,  en los comienzos de la Revolución Francesa. Los integrantes de la Asamblea Constituyente estaban divididos en dos grupos enfrentados. Unos, que deseaban mantener el orden monárquico y los intereses de la aristocracia, estaban sentados a la derecha del Presidente de la Asamblea. Los otros, que propugnaban un estado revolucionario, un nuevo orden político, estaban sentados a su izquierda.

Hoy día tratar de definir  las posiciones ideológicas de una persona en base a los criterios políticos y sociales de la Francia del siglo XVIII es tan ridículo como peligroso. Especialmente cuando se pretende una descalificación global  de la persona en base a sus supuesta adscripción  El tema no es nuevo, comentaba Ortega y Gasset, (que no sé si era de izquierdas o de derechas) en uno de sus artículos en El Espectador titulado, precisamente, Democracia Morbosa, que “la democracia, como norma del derecho político, parece una cosa óptima; pero la democracia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión o en el arte, la democracia en el pensamiento y en el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad”.

En ciertos ambientes no ha cambiado nada. Los sigue habiendo que  necesitan una solución política total (totalitaria), porque carecen de los recursos intelectuales necesarios para analizar la realidad  Necesitan que alguien les suministre un modelo de pensamiento (?) sencillo y completo, que abarque la totalidad del individuo. Necesitan, en definitiva,  un modelo totalitario,  aún a costa de su libertad,  y ven como enemigos a los que van por libre, sin etiquetas, construyendo cada día su biografía a golpe de decisiones libres y asumiendo el riesgo de las mismas.

A estas alturas no sé qué significa hoy, si es que significa algo, ser de izquierdas o de derechas. Lo que sí sé es que tratar de encasillar a los empresarios como de izquierdas o de derechas, en función de su proyecto empresarial, y otorgarles mayor atención  – y ayudas- en base a esa supuesta adscripción es envenenar el torrente de riqueza que supone para una sociedad la existencia de una clase empresaria pujante, tanto los que triunfan, como los que fracasan y lo vuelven a intentar.

Tampoco es tan difícil  de entender. Sólo hace falta  atreverse a pensar y a vivir en libertad. Superar la retórica al uso que trata de reducir  la persona, negándole su capacidad de desarrollarse en base a  un esquema de valores propiamente humano y  empujándole a la dictadura de lo políticamente correcto.

Podríamos hablar también sobre si las ayudas y subvenciones son generadoras de cultura empresarial o, por el contrario, pueden favorecer la aparición de una subespecie de empresarios: la de los que prefieren jugar a  tales, dejando que sean otros, normalmente la Administración, quienes compartan el riesgo. Pero  ese tema ya es demasiado escabroso como para tratarlo   en días de vacaciones.

 

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