Hasta hace unos años los empresarios tenían muy mala imagen. Eran unos capitalistas que explotaban a los obreros y obtenían grandes beneficios. Gracias al esfuerzo de las organizaciones empresariales y de otras instituciones, hoy la percepción es mucho más positiva. No hace mucho, incluso, tuve ocasión de dirigir un seminario sobre creación de empresas promovido por una organización sindical. Parece, por tanto, que los tiempos han cambiado.

Han cambiado en la superficie, porque sigue existiendo un mar de fondo en el que al empresario se le tolera; pero hay que tenerlo controlado para que no se desmande. La última exigencia, por ahora, es la de la Responsabilidad Social Corporativa. Se admite que el empresario actúe, incluso que gane dinero; pero está obligado a devolver a la sociedad parte de los beneficios que ha sacado de la misma y el empresario, perplejo, se pregunta: ¿más aún?

Imaginemos una empresa que obtiene un margen neto del diez por ciento de sus ventas. Eso quiere decir que por cada 100.000 euros de ingresos, ha aportado 90.000 euros a la sociedad en forma de compras efectuadas, gastos incurridos, salarios pagados y aportaciones a la seguridad social. Además ha colaborado gratuitamente con Hacienda, convirtiéndose en agente recaudador de las retenciones a cuenta del Impuesto sobre la Renta de sus empleados. También liquida, y en su caso ingresa, el IVA. Una vez que ha terminado de aportar a la sociedad esos 90.000 € aún le queda algo por hacer: entrega un 25% de sus beneficios a Hacienda, que los redistribuirá en función de las necesidades sociales. Todo eso si las cosas van bien. Si vienen mal dadas tendrá que aportar su patrimonio personal para cumplir todas esas obligaciones sociales.

Pero ya digo que, en determinados ambientes, al empresario parece que se le tolera; pero hay que atarlo en corto. Así surge la Responsabilidad Social Corporativa. El empresario debe acreditar, además, que tiene una cierta preocupación social que, al final, se concretará en otro recorte de su margen neto.

 Asumiendo el riesgo de ser anatematizado por los guardianes de la ortodoxia social, entiendo que la primera responsabilidad social de la empresa es ganar dinero; obtener beneficios –lícitamente-, cuantos más mejor. Mejor para la sociedad, a la que aportará más, y mejor para él, que verá recompensado su riesgo y podrá reinvertir esos beneficios en ampliar su empresa o en nuevas iniciativas empresariales.

Es consustancial a la condición de empresario la preocupación por su entorno social. A veces no son grandes actuaciones; pero sí muchas pequeñas que, sumadas, contribuyen a una eficaz mejora de su espacio vital. Regalar unas equipaciones de fútbol al equipo de su barrio; reparaciones gratuitas en esa obra social que solicitó su ayuda; publicar un anuncio en el boletín de la Hermandad; admitir alumnos en prácticas. Todo eso, y muchas cosas más que se vienen haciendo a diario, es auténtica Responsabilidad Social Corporativa, pegada al terreno y a las necesidades reales.

 Cuando no se entiende ni se confía en la libertad y la iniciativa privada, no se puede entender que el empresario asuma espontáneamente su cuota de responsabilidad en el desarrollo de la sociedad civil.

 ¿Y si dejamos a la iniciativa empresarial que siga atendiendo su responsabilidad social espontáneamente?

 

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