Lo que comento ocurrió realmente en una empresa hace pocos años. El empresario,  hombre muy innovador, decidió ampliar su gama con un nuevo producto que suponía un auténtico alarde técnico; la competencia seguro que no podría imitarlo.  Hubo quien le aconsejó que ese producto no iba a tener demanda, que el mercado no tenía necesidad de él y que, salvo lo del alarde técnico, no aportaba nada al catálogo de la empresa.

A pesar de todo lo lanzó al mercado. El resultado fue el que ya le habíamos pronosticado: un fracaso absoluto. Hubo que retirarlo de los puntos de venta. Durante un tiempo estuvieron discretamente camuflados en el balance de la empresa bajo el amplio paraguas de Existencias hasta que, pasados unos años, se dotó la correspondiente Provisión por Depreciación de Existencias y se tiraron. Vamos, que todo fue a pérdidas.

Una historia que se repite muchas veces. Empresario es quien pone en juego una serie de recursos para ofrecer al mercado productos o servicios con la esperanza de éste los compre, le resarza la inversión y le proporcione ganancias con las que vivir y, además, poder seguir ofreciendo nuevos productos o servicios. Unas veces se acierta y otras no, es lo normal en la actividad empresarial. 

Lo singular de este caso es que nuestro amigo no aceptó el fracaso, su equivocación, y se empeñó en encontrar un culpable. La fuerza de ventas no había sido convincente; los distribuidores no habían empujado el producto; la campaña publicitaria no era buena;   los consumidores, estaban equivocados. Cualquier excusa antes que reconocer que su idea había fracasado.

Un caso que se repite demasiado a menudo. El del empresario que, ante un revés, en lugar de analizarlo para identificar las causas y tratar de poner remedio para la próxima ocasión, lo que busca inmediatamente son culpables sobre los que descargar su frustración. Si se declarara un incendio en sus instalaciones, seguro que empezaría a buscar al responsable antes que  llamar a los bomberos.

Un comportamiento que va más allá de lo anecdótico y refleja una alarmante falta de madurez, de capacidad de asumir las propias equivocaciones o errores, de ponderar lo ocurrido e ir construyendo experiencia. Hay por ahí mucho empresario suelto –y no empresario, que ésta no es una característica exclusiva de los empresarios- que presume de experiencia al que habría que aclararle  que él no tiene ninguna, simplemente le han pasado cosas, pero no ha reflexionado sobre ellas, por lo que no le han servido de nada.

Falta de madurez y una lamentable mezcla de inseguridad y soberbia que les resta capacidad empresarial. Inseguridad que le lleva a no admitir errores –grandes o pequeños- porque eso sería tanto como admitir que se hay equivocado, destruyendo así lo que él cree que es su imagen de empresario de éxito; a no delegar, porque nadie sabe hacer las cosas como él, con lo que corre el riesgo cierto de aumentar los errores por  exceso de tareas, además de  no crear equipo;   a no pedir consejo, al entender que nadie tiene nada que enseñarle a él, que fundó la empresa;  a no valorar aquello que no conoce o de lo que no sabe, pensando que si hasta ahora me ha ido bien sin aplicar ese conocimiento, señal que no le era  necesario; a no escuchar, abierto a  modificar su criterio, a quien no le de la razón; a no compartir decisiones, para así poder asumir la totalidad del éxito y tener amplio margen de maniobra para repartir culpas en caso necesario.

Visto así, de modo tan descarnado, puede parecer un retrato excesivamente lineal y cruel en el que pocos estarían dispuestos a reconocerse, por eso sugiero releerlo despacio, sin prejuicios,  y luego ¡a mejorar!, un poco cada día,  y  a dejarse ayudar. Que no es debilidad, todo lo contrario, es la fortaleza propia de quien está empeñado en superarse, en alcanzar mayores y mejores cotas personales y profesionales. El empresario no es un ser especial, es una persona, y como tal limitada. Son sus valores y la cultura que éstos generan –o sus contravalores y la contracultura  que difunden- los que determinarán su calidad personal y empresarial. Y con ellos va la Cuenta de Resultados.

 

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