A finales del siglo XIX la situación en España no era especialmente buena. El sistema político de alternancia de partidos había entrado en crisis, generando una  profunda corrupción política, y la situación económica empeoraba por momentos. La independencia cubana y el problema de Marruecos completaron el pesimismo nacional y la decadencia de España como nación.

En ese ambiente de desánimo generalizado se abrió camino  la necesidad  de una rehabilitación de la vida social y política en España. Así fue cristalizando una corriente de opinión, el regeneracionismo, que comenzó por las capas intelectuales y se extendió al resto de la población. Este regeneracionismo  inicial, que comienza con el análisis objetivo, documentado y sistemático de la realidad española (Joaquín Costa, Lucas Mallada y los pensadores agrupados en la Institución Libre de Enseñanza, incluso Ortega y Gasset), tiene su reflejo literario en la Generación del 98: Azorín, Baroja y, el más desgarrado de todos ellos, Valle-Inclán.

Ha pasado un siglo, un siglo especialmente intenso, y hay bastantes puntos de coincidencia entre la situación vivida entonces y la actual. Los medios de comunicación son la crónica de la corrupción, cada día un nuevo caso tapa al anterior; el descrédito de los partidos políticos crece por días; la situación económica no mejora, por muchos mensajes de ánimo que se quieran transmitir;  el separatismo vasco y catalán campa a sus anchas, rompiendo la unidad nacional construida durante siglos; instituciones o asociaciones,  hasta ayer respetables y que articulaban la sociedad civil,  son objeto de investigación por supuesta prácticas deshonestas, o incluso ilegales. El fantasma de las dos Españas machadianas  se dibuja con rasgos cada vez más nítidos.

Empieza a tomar cuerpo la idea de la necesidad de un nuevo   regeneracionismo. El problema  está en definir las claves, los pilares sobre los que asentar esa recuperación del pulso nacional.

En este contexto hay un, cada vez más reducido,  grupo de personas que viven la situación con especial intensidad y no tienen demasiado tiempo para teorizar o hacer análisis empíricos. Me refiero a los empresarios, especialmente a los pequeños y medianos empresarios,  que son más del 97% de las empresas nuestra maltrecha economía y generan el 89% del empleo. En una reciente investigación sobre las pymes andaluzas llevada a cabo por el Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme se les pregunta a los responsables de las mismas cuáles son, a su juicio, las causas de la crisis económica. Las repuestas de estos empresarios, muy pegados a la realidad, son bastante unánimes. No hablan de caída del consumo, ni de la restricción de créditos, tampoco de la presión fiscal o de los costes de la Seguridad Social. Todos ponen el acento en un ‘regeneracionismo’ basado en la recuperación de valores,  de  actitudes: “se han perdido –dicen– valores fundamentales, como el esfuerzo, el ahorro, el plantearse objetivos a largo plazo, la lealtad, el trabajo bien hecho; se habla más de derechos que de obligaciones; se ha perdido la noción del valor de las cosas; se han deteriorado las relaciones familiares y sociales.”.   Ésas son las causas de la crisis social que, según ellos, ha provocado la crisis económica.

Y cuando se les pregunta por el remedio a esta situación vuelven a incidir en los mismos puntos, ahora en sentido positivo: “recuperar el trabajo bien hecho, la constancia y la disciplina; eliminar el consumismo, las subvenciones indiscriminadas, el afán de riqueza sin crear valor económico;  volver a valorar a la familia; centrarse en las personas; trabajar duro,  mirar hacia fuera, reinventar la empresa,… “ .

Éstas no son  las propuestas que se hacen en el Parlamento o  los análisis que se publican en los medios; esto es lo que se escucha perdiéndose por los polígonos industriales de pueblos y ciudades. Es la opinión de las personas que realmente están sacando la economía adelante, los responsables de pequeñas y medianas empresas de todos los sectores y  de todas las provincias andaluzas.

¿Hay algún resquicio para el optimismo? Sí: el que ofrecen nuestros empresarios, los que cada día se la juegan para sacar adelante su empresa y, con ella, a las personas que trabajan en la misma.

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