Gary Becker consiguió el Premio Nobel de Economía en 1992. Liberal, con matices, la novedad que aportó fue la utilización de la economía como  marco teórico para el estudio del comportamiento humano en su totalidad. Una de sus obras más citadas, “Tratado sobre la familia”, publicada en 1.981,  es un análisis de la institución familiar desde el punto de vista económico: matrimonio, divorcio, hijos, trabajo en casa o fuera de casa y otras cuestiones que antes se habían considerado de “ámbito doméstico”, o estrictamente privado, saltan así al campo del análisis económico.

Sus planteamientos no son asumibles sin matizaciones. Así por ejemplo la consideración del matrimonio como un contrato de larga duración entre un hombre y una mujer en el que se regulan las especializaciones y asignaciones de tiempos del capital humano resultante de esa unión, es bastante reductiva. También el capítulo dedicado a la “demanda de hijos” en el que analiza, mediante ecuaciones de regresión,  la interacción entre la cantidad y calidad de hijos.  Tiene, sin embargo, ese punto rompedor y provocativo que no deja indiferente a casi nadie. De hecho su enfoque ha servido de pauta a distintas investigaciones y estudios sobre la familia desde los más diversos campos: sociológicos, antropológicos o estrictamente económicos.
Sin necesidad de entrar en análisis académicos,  lo que podemos afirmar de forma rotunda es la importancia de la familia en la economía. Me refiero a la familia como institución, no a la suma de individuos que viven bajo un mismo techo. La familia considerada como unión entre un hombre y una mujer, con voluntad de permanencia, para apoyarse y perfeccionarse mutuamente y también a los hijos de ese matrimonio. Eso comporta obtención y asignación de recursos económicos para subsistir. Es obvio que la misión primordial de la familia no es la económica; pero igual de claro resulta que cada familia ha de producir y gestionar los recursos económicos necesarios para mantenerse y poder desarrollar sus funciones de forma pacífica.
No hay que ponerse en plan erudito para explicar que una de las principales motivaciones que tienen las personas para trabajar –si no la principal- es el afán por sacar adelante a su familia. Tanto si es un trabajo remunerado fuera de casa, como si se trata del trabajo en la casa, para hacer de ésta un ámbito de convivencia. La importancia de la familia en  la economía se pone de manifiesto especialmente en épocas difíciles, como la actual. Abuelos que cuidan nietos para que sus padres puedan salir a trabajar; matrimonios en paro que viven de la ayuda de sus padres o de sus hermanos; separados que vuelven al hogar paterno y una serie de situaciones que ponen de manifiesto que ninguna política económica, ninguna política social, ningún plan de previsión sustituye a la solidaridad familiar.
Los ataques a la familia no son gratuitos, tienen un coste social y económico elevado. Social porque a la familia corresponde, entre otras cosas, la inserción cultural de sus miembros más jóvenes en la Nación a la que pertenecen. Si ésta falla y se pierden las raíces culturales, no tendremos ciudadanos, sino individuos desarraigados. También un coste económico, porque destruyendo la familia se destruye trabajo, ahorro, previsión, solidaridad, emprendimiento. La satisfacción de las necesidades vitales se traslada al Estado, que atenderá a cada ciudadano, no a cada persona en su singularidad, en sus necesidades básicas “desde la cuna hasta la tumba”.
Atacar a la familia es atacar a la economía. Durante años,  en aras de un falso progresismo, se han ido minando conceptos básicos bien definidos para intentar sustituirlos por construcciones más o menos alambicadas, como la ideología de género, que reduce el matrimonio y la familia a una permanente lucha dialéctica, convirtiéndola en espacio de violencia, no de convivencia.
Ahora que todos los políticos andan afanados en encontrar vías de salida a la crisis, es el momento de hacerles una advertencia: no hay soluciones  exclusivamente “economicistas”, la clave está en la familia. También se puede decir con una terminología políticamente correcta: la ecología familiar es la base del desarrollo sostenible.
19.01.11

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