Pues resulta que sí, que había crisis, que no estábamos en la “champion league”  de la economía, y que lo peor aún está por llegar. El paro avanza mensualmente; las previsiones de crecimiento del Banco de España ya no apunta más allá del 2,5%; la inflación interanual está en  4,6 % -un punto por encima de la media europea-; los intereses no bajan; el superávit presupuestario se agota y todos los demás indicadores de crisis económica están encendidos.
            La construcción arrastró a las industrias auxiliares y éstas, en efecto dominó, han ido arrastrando a otras empresas.  Las sociedades de garantías recíprocas y aseguradoras de riesgos comerciales han endurecido sus condiciones, limitando así las operaciones comerciales, y la espiral estancamiento-inflación ha comenzado a girar.
            Lo malo de todo esto es que  lo que para los políticos son tendencias y para los medios de comunicación noticias y opiniones editoriales, para el pequeño y mediano empresario son problemas, que ponen en peligro la continuidad de su empresa y su patrimonio personal.
            Ahora es el momento de los buenos empresarios, de los que, además de corazón y entusiasmo, tienen cabeza. Es el momento de tomar medidas para capear el temporal, como hacen los capitanes de barco cuando se aproxima la tormenta. Se trata de adoptar una serie de medidas y  utilizar  herramientas de gestión que, si siempre son necesarias, ahora con más motivo. Urge elaborar el presupuesto de tesorería, para prever las posibles necesidades de financiación con tiempo. Es el momento de recordar que los márgenes se obtienen no sólo por aumento de precios, sino también por reducción de costes. Esto lleva a revisar la estructura de costes fijos y variables, tratando de pasar a variables el mayor porcentaje posible. Uno va al médico cuando se encuentra mal o en tiempos de epidemia, para prevenir; de igual modo, el empresario debe acudir a ayuda externa cualificada en tiempos de crisis. No es el momento de ahorrar en promoción, en consultoría, en I+D+i,  o en formación,  casi me atrevo a decir que es el momento de apostar fuerte por estas herramientas.
            Posiblemente habrá que ir a nuevos procesos de producción, a nuevos proveedores y ajustar la oferta. En ocasiones esto puede suponer tomar decisiones más difíciles de las habituales; pero es lo que hay. Mientras es posible las enfermedades se tratan con medicinas más o menos eficaces; pero, en caso de necesidad, hay que acudir a técnicas quirúrgicas y amputar si es necesario.
En definitiva, cualquier cosa menos quedarse quieto viéndolas venir, para después, si la cosa sale mal, pedir ayuda a la Administración. No la va a dar y encima, si el empresario, agobiado y sin salida, decide echar el cierre, aparecerá como el malo de la película, que deja a sus empleados en la calle, exigiéndosele un plus de sacrificio, hasta que agote todo su patrimonio.
Como el bosque tras una tormenta. El viento arranca los árboles más débiles, los que tenían un tronco muy grueso, pero agujereado por dentro, o los que no tenían raíces. Los otros sufren, pero aguantan y luego –la tormenta siempre pasa-  están más fuertes y en un espacio más limpio y más claro.
Es el momento de la sostenibilidad empresarial, tan de moda, que no consiste sólo en utilizar papel reciclado, sino en establecer un modelo de gestión que haga que la empresa permanezca  en el tiempo, ganando dinero,  ofertando calidad, innovando y manteniendo satisfechos a clientes, proveedores, empleados, accionistas y a su entorno social.
Ah!, y no diga: ”yo soy empresario, no me meto en política, ni me interesa”, porque no es cierto.  Es importante generar estados de opinión que refuercen la imagen del empresario y su papel en la sociedad como creador de riqueza. Debe estar presente en la sociedad civil, tratar de influir en las decisiones políticas, crear espacios de libertad en los que la empresa, en general y la suya en particular, puedan desenvolverse. Sin complejos. Hay que crear riqueza, a pesar de los políticos.
08.04.08

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