Ignacio Valduérteles
Tte. de Hermano Mayor
Hermandad de la Soledad de San Lorenzo

Es un tema recurrente en las hermandades. Cada hermano, cada grupo, tiene su particular criterio sobre cómo se ha de gestionar su hermandad para que ésta se mantenga fiel a “su carácter propio”. Cuando la actuación de la Junta de Gobierno no coincide con esos criterios particulares el comentario  siempre es el mismo: “¡Os estáis cargando la hermandad!”. Pero ¿se puede precisar cuál es el carácter propio de una hermandad? Habría que tratar de fijar ese concepto a veces tan  indefinido como es el del  estilo  de una hermandad, de cualquier hermandad. La personalidad de la misma,  desde la que contribuye a la consecución de sus fines.

            Los fines de una hermandad son claros y los mismos para todas: «Una  hermandad es una asociación pública de fieles  que tiene como misión  promover el culto público; el ejercicio de la caridad; la  formación de sus hermanos  y tratar de mejorar la sociedad de acuerdo con la doctrina de la Iglesia» (cfr. Canon 298  de C. Derecho Canónico).

Las actividades para la consecución de esos fines no se articulan en el vacío, sino que tienen como referencia unas imágenes, del Señor o de su Madre, que aglutinan la piedad popular, formando parte de la memoria sentimental de las familias, a veces por generaciones. Imágenes que reciben culto durante todo el año, salen en  procesión en Semana Santa y  presiden la  Función Principal.

El carácter propio de una hermandad  se aparece, por tanto,  como una combinación armoniosa entre ética y estética.  Entendiendo por  ética la manera en la que ha de obrar la persona para obtener su perfección como tal y por estética el reconocimiento de la belleza, de lo agradable a los sentidos, lo que atrae, cautiva y   perfecciona a la persona en su contemplación. Cada hermandad, por tanto,  es un cauce magnífico para que los hermanos desarrollen  la ética y cultiven la estética,  en la proporción que  haya ido definiendo a lo largo del tiempo, a veces de siglos.

Las dos son necesarias, las dos se refuerzan y complementan. Poner exclusivamente la ética como referencia  conduciría a una especie de indiferencia estoica, centrada en el cumplimiento del deber por el propio deber, sin que ningún afecto lo contamine, ocupados del cumplimiento compulsivo de normas y reglamentos. Por el contrario, dejarse llevar sólo por la estética conduce a un sentimentalismo pietista, en el que se  corre el peligro de que el sentimiento se convierta en  criterio de verdad, invadiendo las áreas del entendimiento y la voluntad. La verdad objetiva podría desaparecer al quedar  reducida a sentimiento.

El impulso ético de las hermandades se concreta en las actividades de Formación,  en la práctica de la Caridad, en los actos de culto público, haciendo que  la dignidad y solemnidad de éstos refuerce  la dimensión litúrgica de los mismos.

La estética se manifiesta en el esfuerzo de las corporaciones para el  mantenimiento y mejora del patrimonio de la Hermandad; en el trabajo de los priostes, puro goce estético, que merece un  reconocimiento público constante y unánime y ayuda a la expresión de fe.  Lo mismo ocurre con la cofradía, la hermandad en la calle, en la que tanto el cortejo como los pasos son expresión plástica de fe que refuerzan la religiosidad popular.

La persona, cada persona,  ha de tratar de armonizar los valores éticos y estéticos de modo progresivo y personal en su propia existencia, de construirse.  Aún siendo distintas, ética y estética se hallan conectadas, nos refieren a sus horizontes,  lo bueno y lo bello, y terminan confluyendo en la Verdad,  en lo que lo trasciende todo. Ésa es, precisamente,  la misión de las Juntas de Gobierno: lograr la armonía entre ética y estética y presentarla a los hermanos,  configurando así el estilo de la hermandad.

Estos días,  en los que muchas hermandades celebran sus cultos anuales que culminan en la Función Principal, son una buena ocasión para ayudar a cada hermano ha integrar los valores estéticos y éticos, de modo armonioso, en su interior. A complementar la magnificencia y vistosidad de los altares con  los actos de culto público,  litúrgico, y  con la predicación de la palabra de Dios.

Ética y estética, dos vías necesarias a las hermandades para mantener la fidelidad a sus fines. No son vías paralelas,  siempre terminan confluyendo en la Verdad, esto es: en Dios mismo.  Así es  como se  configura, fortalece y desarrolla la personalidad de una hermandad. Lo demás serían discusiones frívolas centradas en lo accesorio y que terminarían convirtiendo las hermandades en entidades tristes, encerradas en sí mismas, mortecinas,  preocupadas por lo anecdótico, a la deriva.