Ignacio Valduérteles
Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme

Tenemos tendencia a encasillar, a ver a las personas en una sola dimensión, aquella por la que más destaca, la más sobresaliente –positiva o negativa-. Por eso nos llevamos sorpresas cuando abriendo un poco la mente –eso que los psicólogos llaman pensamiento lateral-, acertamos a verlas en su integridad, en unidad de vida.

Partimos de la base de que von Mises fue un excelente economista -al menos algunos lo pensamos así- y Cantinflas un reconocido  actor cómico. Cierto, pero la realidad es más rica y ofrece matices y puntos de convergencia imprevisibles.

Von Mises plantea en su obra  la necesidad de elaborar la economía sobre la sólida base de la acción humana.  Introduce el concepto de ‘empresarialidad’, la capacidad típicamente humana para crear y descubrir continuamente nuevos fines y medios.

Abre así la actividad económica  y la creación de riqueza a la permanente actividad humana, inagotable en su capacidad donal. Frente al postulado clásico de la izquierda de que la riqueza no puede crecer, por lo que  es necesario quitar a los ricos para dar a los pobres y buscar así una sociedad más igualitaria, propone una alternativa más acorde con la dignidad y la capacidad humanas: es necesario, y posible, crear más  riqueza, para que todos sean más ricos.

Aquí es donde Cantinflas, que prodigaba sus frases tanto en las películas como en su vida ordinaria, entra en acción, reforzando a von Mises: «Yo no quiero que se terminen los ricos,  lo que quiero es que se  terminen los pobres». La solución, viene a decir Mario Moreno,  no es que los ricos sean menos ricos, para que así a los pobres les alcance algo; sino que aumentemos la  riqueza, para que los pobres sean más ricos y los ricos continúen  siéndolo.

Frente a la contundencia de estos razonamientos, la izquierda permanece  fiel a su estilo concluyente, en el que primero proclama sus dogmas y luego trata de encontrar argumentos que los avalen. El último intento, de razonable éxito mediático, es el del economista  francés Thomas Piketty quien argumenta, con más entusiasmo que datos, que la economía de mercado crea oligarquías hereditarias, por lo que, aún asumiendo como mal menor la economía de mercado,  es necesaria una intervención redistributiva del Estado que corrija esas supuestas deficiencias de la misma.

De nuevo Cantinflas entra  en la disputa económica, con un argumento –en forma de oración- en el  que plantea  todo un programa de desarrollo económico y social: «Señor, no te pido que me des, sino que me pongas donde haya». En otras palabras: no quiero que el Estado supla mi esfuerzo, mi libertad de emprender; proporciónenme un entorno jurídico y político adecuado, con unos mínimos de seguridad legislativa  y estabilidad democrática, que de lo demás ya me encargo yo. El esfuerzo y la creatividad corren de mi cuenta, asumiendo el riesgo de la libertad.

Como siempre conviene volver a los fundamentos: la economía es  una actividad humana que debe ser integrada en la totalidad de la persona. No tiene entidad propia, desgajada del hombre. Precisa, por tanto, de un fuerte soporte antropológico del que deducir y en el que integrar teorías económicas sólidas y con fundamento, que refuercen al hombre, no que lo convierten en una especie de Frankenstein,  hecho de trozos de distintas personas, disfuncional y aberrante.

Los problemas económicos son un aspecto de los problemas humanos y su solución ha de venir precisamente de los fundamentos de la persona: su dignidad y su libertad. A partir de ahí lo que se quiera.

Es necesario superar los aspectos estrictamente económicos para situarse en el campo, más amplio, de la cultura. Trasladar la discusión del campo de la economía al de la antropología; al estudio de la persona y de la acción humana, más que al de complejos modelos cuantitativos. No sería mala cosa incorporar a Cantinflas a los tratados de economía.