Ignacio Valduérteles
Teniente de Hermano Mayor de la Hermandad de la Soledad de San  Lorenzo

El primer paso para resolver un problema siempre ha sido la identificación de sus causas. Así cada vez hay más convencimiento de que la crisis que arrastramos no es el problema, sino una de sus manifestaciones,  la causa está en la quiebra del modelo cultural compartido hasta ahora, del modelo social. Han sido tiempos de derroche económico, por supuesto, pero también de  frivolidad intelectual y quiebra ética, de desplome de un sistema de valores.    

Una de las consecuencias del relativismo es la elaboración de modelos sociales por consenso. Pero al suspender la conciencia ética en aras de ese consenso, manifestado en normas administrativas o usos sociales más o menos admitidos por la mayoría, se produce una bancarrota moral de consecuencias devastadoras, lo que Arendt calificó como la “banalidad del mal”. Los resultados están a la vista.

En esta situación sólo caben dos salidas posibles: echarse en brazos de planteamientos populistas o la reconstrucción de nuestro modelo cultural y social, un modelo  fundamentado en los principios éticos y culturales de la cultura greco-romana y la tradición judeo-cristiana.

Las consecuencias de la deriva populista son suficientemente desalentadoras, como se puede observar en las sociedades apresadas en ella,  y animan a centrar los esfuerzos en la regeneración cultural y social.

Esa tarea de regeneración corresponde a la sociedad civil. En nuestro entorno las hermandades tienen un papel decisivo en la vertebración de esa sociedad civil, por lo que también han de colaborar en la necesaria tarea de recuperación cultural y social, trabajar por un orden social fundado sobre la dignidad y la libertad de la persona humana.      

Es preciso un trabajo previo de reflexión: recuperar los fundamentos, profundizar en lo esencial; identificar las fuentes del secularismo que están provocando la ruptura cultural. Reconocer  que la religión no es un conjunto de tradiciones folklóricas más o menos enraizadas, sino que es relación personal con Dios. Se trata de acomodar la tradición católica a los tiempos actuales, sin traicionar los fundamentos. Ir tendiendo puentes entre lo permanente y lo cambiante, sin perder las referencias. Exactamente lo que está haciendo el Papa actual.

Este planteamiento obliga a las hermandades, a las Juntas de Gobierno en primer lugar y a todos los hermanos en general, a elevar el punto de mira. A salir de lo inmediato, lo observable,  y atender a cuestiones como la dimensión social de la persona, el sentido de la vida, el papel de la ética, la identificación de la Verdad, el Bien y la Belleza. De no hacerlo así las cuestiones esenciales quedan sin respuesta y tal estado de cosas da lugar al nacimiento de una inestabilidad frívola que arrastra a la sociedad, y con ella a las hermandades, a un empobrecimiento progresivo.

La cofradía, los cultos y los temas de Caridad están bien atendidos. Ahora se trata de incidir en su dimensión  social como focos de regeneración. Esto no es empujar a las hermandades hacia la política, sino animarlas a contribuir, con espíritu cristiano, en la mejora de la sociedad ( cfr. C. 298 CIC).

Se abre una importante línea  de trabajo para las hermandades. Enraizadas en la esperanza, sin derecho a la mediocridad, buscando la excelencia.