Ignacio Valduérteles


El comienzo de un nuevo año invita a hacer balance  y enunciar propósitos, especialmente cuando se deja atrás un año tan intenso como el que acaba,  que  no podemos ni queremos olvidar porque ya forma parte de nuestra historia. Una historia que no se compone de hechos aislados, capítulos sueltos, porque en todos ellos permanece una misma persona que da unidad a la misma  y la va construyendo libremente, superando el determinismo. Esto también es válido para las hermandades, suma de historias personales.

 En este año  nos hemos descubierto en muchos casos vulnerables, desorientados, sin referencias ni proyecto y lo que es peor, sin un modelo cultural o cosmovisión que nos ayude a superar la crisis, porque la vacuna podrá resolver la crisis sanitaria, pero la económica, social, cultural política y espiritual que la acompañan no. Crisis éstas que  tienen su manifestación externa en las propuestas que se están planteando sobre educación, familia, aborto, eutanasia o  modelos sociales y económicos;  pura ingeniería social en la que la persona pierde su libertad, en la que se niega a los hombres y mujeres el protagonismo en la construcción de su propia  historia, que se les presenta como el resultado fatal de procesos económicos y políticos impersonales.

Las hermandades son asociaciones de  personas, por lo que los  problemas de las personas son los problemas de las hermandades, que han de afrontarlos. La  situación actual  ha de animar  a las hermandades a diseñar el futuro  mediante la reconstrucción de una cosmovisión cristiana apoyada en la solidez de la piedad popular. 

Hoy por hoy  la cofradía, los cultos y la  caridad están generalmente bien atendidos en las hermandades,  ahora se trata de reforzar su  responsabilidad social. No hablamos  de empujarlas hacia la política partidista, sino animarlas a contribuir, con espíritu cristiano, a la mejora de la sociedad, como marcan sus fines (c. 298 CIC): poner a Cristo en el centro de la historia, del tiempo.

En el cristianismo, y por consiguiente  en las hermandades,  el tiempo tiene una importancia fundamental. El mundo fue creado en la dimensión temporal,  encuentra su culminación en la plenitud de los tiempos, la  Encarnación, y su meta en la venida del Hijo de Dios, al final de la historia. A partir de esta relación de Dios con el tiempo surge, también para las hermandades,  la obligación de santificar el tiempo actual, de incidir en la historia, de recrear y fortalecer un  conjunto de opiniones y creencias que conformen la imagen o concepto general del mundo, a partir de la cual interpretar la naturaleza de la persona y la de todo lo existente, ordenándolas a su fin.

Esto no se resuelve con planificación estratégica, sino con formación  doctrinal, oración y con la valentía creativa a la que anima Francisco en su última Carta Pastoral. Se trata de escribir esta página de la historia que nos ha tocado vivir, una historia que no es dialéctica,  que tuvo un origen y se encamina a su fin,  concreto y trascendente; pero  los caminos que conducen a ese fin corresponde a cada uno trazarlos en el ejercicio de su libertad.

Año nuevo hermandades nuevas, depositarias del tesoro de la religiosidad popular,  base para la reconstrucción de una cosmovisión cristiana. Se abre aquí un importante campo de trabajo para las hermandades, enraizadas en la esperanza, sin derecho a la mediocridad, buscando su excelencia en la cristianización de la sociedad.