Ignacio Valduérteles
Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme

El concepto de izquierda, referido a la política, es cada vez  más etéreo. Han pasado muchas cosas desde que, en el siglo XVIII, los jacobinos se sentaron precisamente a la izquierda del Presidente de la Asamblea Constituyente de la revolución francesa. A partir de ahí se produjo una identificación de la izquierda con la radicalización revolucionaria y la derecha con el mantenimiento del orden y las instituciones.

Desde entonces se han sucedido las crisis políticas, económicas y culturales. Guerras, modificación de fronteras y globalización de la economía. En el mundo actual seguir clasificando las tendencias políticas y sociales en izquierdas y derechas es un intento tan inútil como extravagante  de explicar la realidad, que genera, además, situaciones perversas.

En nuestra época los herederos de la izquierda revolucionaria se reencontraron primero en el marxismo, que cristalizó en el sistema comunista, cuyo final conocemos, y  posteriormente en la aguada socialdemocracia,  que ya ha agotado sus posibilidades políticas y económicas y ve como se deshace el “estado del bienestar”, construido sobre bases económicas insostenibles y, lo que es peor, con un importante recorte de las libertades individuales.

Convencidos, a la fuerza, de que el sistema económico no genera modelos sociales y sin propuestas políticas ni económicas que ofrecer, los herederos de la izquierda llevan ya unos años centrados en la utopía de la revolución cultural;  pero de una  cultura epidérmica, sin raíces -ecología,  ideología de género, redefinición de la familia…- todo ello desde una perspectiva dialéctica y con absoluto desprecio  de la economía y los problemas reales. Aún estamos sufriendo las consecuencias de dos legislaturas –las anteriores a  esta-  de ausencia total de política  económica, volcados en proyectos de ingeniería social disfrazados de renovación cultural; años en los que la izquierda, sin un contenido sustantivo, necesitó  un contrario, un “contra alguien”, para reconocerse. Se trataba de luchar contra algo, no por algo.

Si la izquierda,  sin discurso económico, se centró en lo que ellos denominaban cultura, la derecha, ante la situación de crisis,  se ha centrado  en tratar de remediar ésta  lo más eficaz y rápidamente posible,  sin tiempo, piensan, para ocuparse de la regeneración cultural;  sin reconocer que la eficacia por la eficacia se agota en sí misma, si no está al servicio de  la persona.  

Urge romper ese ciclo perverso que se viene repitiendo desde hace años,  cada vez  con consecuencias más dramáticas,  en el que llamada derecha agota sus esfuerzos en enderezar  la economía, para que luego, la autodenominada izquierda  vuelva a hundirla, ocupados en sus experimentos sociales. Es necesario que  la mayoría social se sacuda la etiqueta de derecha, no por peyorativa, sino por obsoleta y haga un considerable esfuerzo para reconstruir un modelo cultural desde unas bases antropológicas  acordes con la naturaleza humana. No  hay izquierdas  ni derechas, sino intervencionistas y no intervencionistas  en lo económico, y en lo social los que entienden la libertad como derechos otorgados y los que la entienden como constitutiva de la persona.