Ignacio Valduérteles
Tte. de Hermano Mayor
Hermandad de la Soledad de San Lorenzo


Éste es un tema recurrente en determinados círculos de opinión: «Las hermandades, dicen, acumulan una gran riqueza en forma de coronas, pasos, sayas, mantos, insignias y, en general, todos los enseres de una Hermandad en los que abundan la plata, el oro y las piedras preciosas. Es un escándalo que se gasten el dinero en esos lujos en lugar  de repartirlo a los pobres».

Se podría argumentar que de cada 100 euros que invierte –no que gasta- una hermandad en la elaboración de un nuevo elemento de su patrimonio –por ejemplo un manto- entre 85 y 90 euros se emplean en la compra de materiales, gastos de personal, incluyendo la seguridad social, impuestos y gastos generales. Los 10-15 euros restantes son el beneficio del dueño del taller, para vivir él y mantener su empresa. Es decir, que la totalidad de la  inversión realizada contribuye a la creación de riqueza

También hay que reseñar el hecho evidente de que la inmensa mayoría de esos enseres son donaciones, bien de la obra terminada o de cantidades entregadas  para un fin concreto, sea una corona, una saya nueva o la restauración de un elemento ya existente. Criticar en qué emplea cada uno su dinero y a qué destina sus donativos es propio de mentalidades totalitarias, que se empeñan en dirigir  la libertad de los demás.

Ésa opinión es la misma que mantenía Judas Iscariote -el mismo que se pasea por Sevilla en Semana Santa, a veces sobre los pasos, a veces entre la gente-  cuando decía que el generoso donativo de María, la hermana de Lázaro, de una libra de perfume de nardo puro, muy caro, guardado en  frasco de alabastro que rompió para  ungir a Jesús, se podía haber vendido por trescientos denarios para dárselos  a los pobres. La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: «Esta mujer ha hecho una obra buena conmigo…A los pobres los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis» (cfr. Jn 1, 1-11, Mc 22, 3-6). Alabando así la magnanimidad en el culto.

Aún hay algo más: quienes opinan de esta forma desconocen, u olvidan interesadamente, que sólo las hermandades de Sevilla capital vienen dedicando casi seis millones de euros anuales en “socorrer a los pobres”, como pedía Judas. Los  pobres  que siguen estando entre nosotros según anunciaba Jesús. Esos recursos  también salen del bolsillo generoso de los hermanos, no de las arcas de la administración, ni de los partidos políticos, ni de los sindicatos. No hay otra institución que por Caridad, un concepto que abarca y supera a la Justicia, dedique esa cantidad a atender a los más necesitados.  Esta cifra es, por cierto, superior a la que las hermandades dedican, también anualmente, a invertir en patrimonio.

¿Qué  ocurriría si las hermandades vendieran todo su patrimonio y lo entregaran a los pobres como piden algunos iluminados? Lo primero que, ante el exceso de oferta, los precios caerían en picado, en beneficio de los especuladores y detrimento de los recursos obtenidos por los vendedores: las hermandades. La segunda es que una vez repartido todo, y agotadas las  ayudas por los beneficiarios de las mismas, la pobreza seguiría existiendo. Exactamente lo mismo que ocurriría si los sindicatos, o los partidos políticos, vendieran su patrimonio inmobiliario para auxiliar a los parados de larga duración, hipótesis ésta que nadie plantea por cierto.

La clave no está en repartir hasta que se acabe,  sino en crear para que no se acabe. En eso están ahora las hermandades en una interesante evolución de sus acciones de Caridad que nuevamente marcará  líneas de trabajo a toda la sociedad. Lo demás es demagogia.