Ignacio Valduérteles
Tte. de Hermano Mayor
Hermandad de la Soledad de San Lorenzo


A veces conviene recordar principios básicos, como que la persona  es sociable por naturaleza. Esto quiere decir que  se reconoce como sujeto y se perfecciona  en su relación con los demás. Un proceso que  empieza en la familia y se completa en la sociedad civil.

 Si la  sociedad civil la conforman las personas, una a una, no difuminadas en un pretendido colectivo identitario,  cuanto más ajustado a la realidad sea  el concepto de hombre del que se parte, más sana resultará la sociedad. Desde hace siglos el concepto más cabal es el que se ha ido conformando a partir de la filosofía griega, el derecho romano y la tradición judeo cristiana, conformando eso que se ha dado en llamar la “cultura occidental”. 

Van encajando las piezas y  adquieren sentido las reflexiones de  Tocqueville sobre la influencia de la religión en la configuración de las sociedades y su rotunda afirmación de que  “sin religión no hay democracia”.

Y aquí entran en juego las hermandades: si la dimensión religiosa es  esencial para el nacimiento y mantenimiento de la democracia, y las hermandades tienen entre sus misiones el perfeccionamiento  cristiano de sus miembros, el papel de éstas en la vertebración de una sociedad democrática  es decisivo. Digo en la vertebración de la sociedad, no en la promoción de opciones políticas.

Un dato poco conocido: mientras en los últimos años la población de Sevilla ha caído un 0,4%, el número de personas inscritas en las distintas hermandades ha crecido en un 3,16%. El denominador común de todos los adscritos a una hermandad, miles de personas,  es que en ella se concreta su devoción y su relación, más o menos intensa, con lo trascendente. No se puede negar, por tanto,  a las hermandades su papel  y su decisiva aportación para ayudar en la reconstrucción de los cimientos de la sociedad.

En un escenario  político tan líquido como el que vivimos es necesario dotarse de un modelo conceptual sólido. Las hermandades no se han de posicionar corporativamente en la lucha política, pero han de dar formación a sus  hermanos, para  ayudarles a formar su criterio y esa formación se ha de ajustar  a unos principios acordes con la doctrina de la Iglesia Católica, forma parte de su misión.

No se trata de presentar soluciones técnicas a los problemas sociales; tampoco proponer sistemas, ni manifestar preferencias partidistas, sino de proclamar los principios morales referentes al orden social, así como dar criterio sobre cualquier asunto humano, en la medida que lo exijan los derechos fundamentales de la persona.

Es preciso dotar a las hermandades, y desde ellas a la sociedad,  de una base conceptual que facilite la democracia, reordenando los fundamentos de la sociedad civil. Superando populismos que, en situaciones de crisis,  tratan de dar repuestas simples y globales a problemas complejos. Sin dejarse contaminar por la ideología de género, los movimientos asamblearios, el relativismo que lleva a  la fijación de la verdad por medios estadísticos y a  la negación de la persona como ser racional y libre. Esa es su responsabilidad social.

Han de superar el bucle de  gestionar la rutina, sin plantear nuevos retos, nuevos horizontes.  Han de interpelar a la sociedad actual constituyéndose en agentes de cambio. No se trata de hacer mejor o más eficazmente lo de siempre, sino de hacer cosas distintas, más acordes con su misión. Superar la crisis sistémica en la  sociedad y en las propias corporaciones.

Se plantea una línea de trabajo esencial para las hermandades. Su fundamento ha de ser la antropología cristiana y la Doctrina Social que la Iglesia ha ido destilando a lo largo de su historia reciente. Dejo a Novak y Termes la tarea de explicar la coherencia entre el capitalismo y la moral católica; a Velarde la consideración de la ideología como elemento externo  que determina la economía y a Weber explicar que las ideas religiosas tienen el papel  de legitimación de las instituciones sociales y políticas. La misión de las hermandades es anterior.

Me permito abrir ese campo de trabajo a nuestras hermandades y especialmente al Consejo, devolviéndole su  sentido,  más allá de las actividades instrumentales de sillas,  carrera oficial y actos de  representación, importantes desde luego, pero que por sí solas no justificarían la  existencia de la institución.