Ignacio Valduérteles
Tte. de Hermano Mayor
Hermandad de la Soledad de San Lorenzo


A veces se van deslizando sutilmente en la opinión pública modelos que no se ajustan a la realidad, o la presentan de forma sesgada;  pero que a fuerza de repetirlos  terminan por ser aceptados. Por eso conviene, de vez en cuando, hacer un ejercicio de reflexión  y poner las cosas en su sitio. Uno de esos temas es el tan traído y llevado   Estado de Bienestar,  un concepto político que tiene que ver con un modelo de gestión de la cosa pública en la que el  Estado se hace cargo de la prestación y financiación de algunos servicios y derechos sociales de toda la población, o de una gran parte de la  misma, empezando por los más desfavorecidos.  Estamos hablando de sanidad, educación, subsidios de desempleo, pensiones de jubilación u otros servicios asistenciales.

La gran pregunta es cuáles son los servicios que el Estado ha de suministrar. ¿Hay algún límite?, ¿hasta dónde se puede llegar? Desde luego hay uno inmediato: puesto que la financiación de  esas prestaciones y, en ocasiones, su dispensación, corresponde al Estado, el límite a la oferta de servicios sociales será la  capacidad del Estado para financiarlos, con los recursos obtenidos vía recaudación de impuestos.

Resulta que las hermandades también prestan y financian atenciones sociales a muchas personas que acuden a ellas,  ¿se las puede considerar colaboradoras del Estado en la prestación  de servicios propios del Estado del Bienestar? Rotundamente no. Ni en su motivación, ni en su financiación, ni en su gestión. No son colaboradoras del  mantenimiento del Estado del Bienestar; mucho menos las garantes subsidiarias del mantenimiento del mismo.

La motivación de  las hermandades para atender a las personas que se acercan a ellas es la Caridad, que engloba y supera a la justicia social. La Caridad es  la virtud  por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, por amor de Dios. A esta se añade la Solidaridad,  la conciencia de estar vinculado a los demás y a Dios y la decisión de actuar en coherencia con esa mutua vinculación.

Por lo que se refiere a la financiación las hermandades obtienen sus recursos  de los donativos aportados espontáneamente por sus hermanos y bienhechores,  apelando a su  Caridad, no de forma coercitiva, como en el caso del Estado que obliga al cumplimiento de las leyes tributarias. Las hermandades no conceden ayudas, dan “limosnas por amor de Dios”, a quien ven en el otro, en  el asistido. No son ONGs porque tienen una verdad más grande que transmitir.

También el modelo de gestión es diferente.  Las hermandades no prestan sus servicios apoyándose en una estructura administrativa cada vez más amplia y costosa, sino mediante voluntarios que vuelcan su experiencia profesional en la atención a los demás. Lo que da eficacia y eficiencia a su tarea es un modelo de pensamiento claro y coherente con la naturaleza de la persona, además de un excelente modelo de gestión, como el que presentan las hermandades, y con un coste mínimo, apenas el 0,2% del valor total de las ayudas repartidas.

En resumen: las hermandades no son colaboradoras de la Administración en la atención de necesidades sociales. No se puede trasladar sutilmente a las hermandades la responsabilidad subsidiaria del mantenimiento del Estado del Bienestar, a veces con la anuencia, ignorante, de las propias hermandades. Las hermandades no  hacen lo que tenía que hacer el Estado, como se dice a veces. No. Juegan en ligas  distintas.

La gran paradoja del Estado del Bienestar, que ahora se pone de manifiesto,  es que éste ha ignorado la principal fuente humana del auténtico bienestar: la familia -de la que la Hermandad es una prolongación- como fuente primaria de servicios personalizados, que son justamente los que se comienzan a exigir en la sociedad postindustrial.

Cada uno en  su sitio. El Estado a gestionar  el Estado del Bienestar, financiado por los impuestos, con las limitaciones que hemos citado. Las hermandades a vivir la Caridad sin  límites,  con los recursos aportados por la generosidad  de sus hermanos.