Ignacio Valduérteles
Presidente de IVB Abogados y Economistas

La distinción entre izquierdas y derechas para identificar grupos políticos se utilizó, por primera vez, en la Francia revolucionaria. En la Asamblea Constituyente,  que inició sus trabajos en 1792, los diputados se hallaban divididos en dos grupos enfrentados: el de la Gironda, que se situó a la derecha del presidente de la Asamblea, y el de la Montaña, que se situó a la izquierda. En el centro se situó una masa indiferenciada a la que se consideró como Llano. Los girondinos deseaban restaurar la ley  y el orden monárquico, mientras que la Montaña, los jacobinos, propugnaba un estado revolucionario, que desembocó en lo que se conoció como el Terror. Así se produjo una identificación de la izquierda con la radicalización revolucionaria y la derecha con el mantenimiento del orden y las instituciones.

            Han pasado muchas cosas en Europa desde el siglo XVIII hasta hoy. Muchas crisis políticas, económicas y culturales. Guerras, modificación de fronteras y globalización de la economía. En el mundo actual, seguir clasificando las tendencias políticas en izquierdas y derechas es un intento tan inútil como extravagante que genera, además, situaciones perversas.
Sin propuestas políticas ni económicas que ofrecer, los herederos de la izquierda llevan ya unos años centrados en la utopía de la revolución cultural. Estamos sufriendo las consecuencias de casi ocho años de ausencia total de política económica, volcados en proyectos de ingeniería social disfrazados de renovación cultural; años en los que la izquierda, sin un contenido sustantivo, necesitó un contrario, un «contra alguien», para reconocerse. Ese alguien era «la derecha», un concepto tan amplio como impreciso que simbolizaba todo lo malo. Se trataba  de luchar contra algo, no por algo.

            Los herederos de la izquierda revolucionaria se reencontraron en el marxismo, que cristalizó en el sistema comunista, cuyo final conocemos, y en la aguada socialdemocracia que ya agotó sus posibilidades políticas y económicas y ve cómo se va desmontando el «estado del bienestar», construido sobre bases económicas inconsistentes  y, lo que es peor, con un importante recorte de las libertades individuales.

            La segunda parte del problema viene ahora, con la previsible victoria electoral de eso que aún se llama la derecha. Si la izquierda, sin discurso económico, se centró en lo que  ellos denominaban cultura, la derecha, ante la situación actual de crisis se volcará, ya lo anuncia, en tratar de remediar esta crisis lo más eficaz y rápidamente posible, sin tiempo, piensan, para ocuparse de la regeneración cultural. Es el mismo ciclo que se viene repitiendo desde hace años; pero cada vez con consecuencias más dramáticas.

O la alternativa de gobierno se sacude la etiqueta de derecha, no por peyorativa, sino por obsoleta, y hace un considerable esfuerzo en el plano cultural, antropológico, o cae en un pragmatismo a ultranza que deja la puerta abierta al dominio de los totalitarismos, en los que el debate económico se reduce a una cuestión formal, que resolverán periódicamente unos sufridos especialistas, para luego volver al mismo empobrecimiento cultural y, como consecuencia, económico.

El Partido Popular tiene una importante tarea en el intento d levantar la economía; pero si realmente quiere ser la alternativa que España necesita, tiene que cometer ya una profunda regeneración cultural:  redescubrir las raíces de la cultura europea. Hay una experiencia muy inmediata: al margen de consideraciones religiosS, atendiendo sólo a los aspectos sociológicos, el éxito de la JMJ se ha asentado en la propuesta de un modelo antropológico claro, coherente y exigente. Eso es lo que realmente atrae y moviliza. El resto es adormecedor, resolver los problemas económicos para seguir pastando