Ignacio Valduérteles

La tan manida advertencia a  Clinton en las elecciones de 1992: «¡La economía, estúpido!»,  habría que sustituirla hoy por: «¡La cultura, estúpido!».

Por supuesto  que el nivel de déficit,  la baja tasa de crecimiento  o la inflación son indicadores económicos importantes  y todos presentan niveles bastante negativos;   pero hay algo previo,  lo que mueve una sociedad no es la economía, ni la política,  sino la cultura, el  conjunto de valores compartidos. La economía va detrás, es la manifestación en el terreno económico de una cierta antropología. Es la cultura la que crea modelos económicos, no al revés.

La izquierda aprendió esa lección. El intento de implantar  un sistema económico que diera lugar a una nueva sociedad  fracasó estrepitosamente, la caída del muro fue la imagen gráfica de ese fracaso. Es entonces cuando abandona la gran utopía de la sociedad sin clases, para crear microutopías ensambladas, como las piezas de un puzle,  que a medio plazo vayan conformando un modelo cultural tan potente como demoledor.

Las  microutopías se van articulando en torno a colectivos supuestamente agraviados que  han de afirmar su identidad frente al resto, construyendo  un nuevo modelo de pensamiento a partir de la manipulación de las emociones; elaboración  del relato;  neolenguaje;  cultura de la cancelación;   intervención educativa; deconstrucción de la familia y los demás fundamentos de  la sociedad, llegando incluso a los «metaversos» en los que la realidad humana se traspasa a una realidad virtual. Con toda esa amalgama se elabora un modelo contracultural en el que se pierde el concepto de persona.   

Esas políticas de izquierda, centradas en la ingeniería social, provocan desastres económicos, a las pruebas me remito. Es entonces cuando se apela a la derecha  para  enderezar la situación. Luego ya volverá la izquierda a recuperar el poder  y continuar la  reconfiguración cultural en el punto en el que lo dejó,  en un bucle permanente en el que la izquierda   implanta modelos culturales, con desprecio de la economía y  la derecha aplica recetas económicas sin fundamento cultural.

Mientras la izquierda se empeña en  acaparar el espacio  cultural con modelos sociales a los que dota de una pretendida  superioridad moral,   cortina de humo que oculta su indigencia doctrinal,  la derecha trata de basar su atractivo en la  eficacia económica y tecnocrática, desconociendo que ni una ni otra tienen existencia propia, han de ser la consecuencia de un modelo previamente definido.  

Es urgente reclamar a la derecha sociológica su comparecencia en el panorama intelectual para  recomponer la cultura que  la sostiene. Eso es bastante más que las escaramuzas  dialécticas sobre problemas concretos para desgastar al contrario ante la opinión pública, la política del “y tú más”.  Supone librar la batalla de la cultura, que no consiste en mantener escaramuzas dialécticas más o menos ingeniosas sobre problemas puntuales, por importantes que sean, sino en establecer  principios asentados en una  antropología que responda a la naturaleza humana,  para  decidir libremente la mejor opción, la más humana,  en los diferentes temas que conforman la vida en sociedad. 

  Por eso resultan tan atractivos los  políticos que hablan de principios: la dignidad de la persona, su libertad, la familia como núcleo social, formación en valores y alguno más. A partir de esos principios las decisiones que toman sobre economía,  fiscalidad, políticas sociales  o cualquier otra cuestión son coherentes con los principios que las sustentan. Ese es también el atractivo de Rafael Nadal: son sus valores, su cultura, los que le llevan a una excelencia profesional en la  que éstos se evidencian y refuerzan.

Los modelos culturales  no se improvisan, son el resultado de una decantación de ideas,  permanentes en sus principios, y en diálogo con las corrientes de pensamiento de cada época.  

El debate no es derecha o  izquierda, etiquetas utilizadas como armas arrojadizas, es libertad o colectivismo. Libertad para construirse o  colectivismo para refugiarse en la  tribu renunciando a la libertad personal y la consiguiente autonomía moral. Si se desconoce o niega la libertad humana en su sentido finalista ésta  queda sin brújula, por eso la crisis de la verdad, de la cultura,  lleva consigo una crisis de la libertad y arrastra a la crisis de la sociedad.

Es responsabilidad de la sociedad civil y grupos que la articulan, en nuestro entorno también las hermandades, reforzar el andamiaje cultural que la conforma.