Ignacio Valduérteles

Me habría gustado titular este comentario a la manera cervantina: «De como una villa cordobesa alcanzó fama en todo el reino por la torpeza de su regidora», pero resultaba muy largo y  complicaría la maquetación.

Se ha hablado mucho de la cruz retirada en Aguilar de la Frontera, que fue arrojada a un vertedero y, al parecer, reducida a escombros; pero poco de la torpeza de la regidora, de Izquierda Unida.

Explicaba Gramsci,  también comunista, en sus “Cartas desde la cárcel” que el  “sentido común” es la filosofía de los no filósofos, es decir, la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales, en la que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio. En nuestro entorno ese “sentido común”, durante muchas décadas, ha sido de clara inspiración cristiana, un cristianismo un tanto acrítico, como dice Gramsci, o poco fundamentado; pero que ha servido de aglutinante a un modelo social más o menos cohesionado.

Un dato: según la web de la Agrupación Local de Cofradías de Aguilar de la Frontera, en la población  existen veinte hermandades. Teniendo en cuenta que el censo es de 13.800 habitantes resulta una media de una hermandad por cada 690 habitantes. Aplicando esa misma ratio en Sevilla, con 700.000 habitantes, debería haber 1.014 hermandades. Esta es, sin duda,  una de las poblaciones con mayor densidad relativa de hermandades, todas con actividad, ya que más del 93% de la población pertenece, al menos, a una hermandad.

Está claro que “el sentido común”, la cultura que sustenta y cohesiona a la sociedad de Aguilar es de fuerte inspiración cristiana, a los datos me remito. Otro tema será la solidez de esa fundamentación.  

Para tener la visión completa le ofrezco a la alcaldesa otra lectura, ésta de Santa Edith Stein, contemporánea de Gramsci, filósofa, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa  y mujer, por aquello de la perspectiva de género; se trata de “La ciencia de la Cruz”, obra en la que, con hondura teológica, explica cómo la muerte de Cristo en la Cruz, cima del dolor, marca también el final de su sufrimiento y la posibilidad de unión con el Amor eterno en la  Santísima Trinidad. “La Cruz, explica,  es la Verdad enterrada en el alma … Marca el alma con una impronta  especial que determina su conducta”.

Ironías del destino: la profesora universitaria Edith Stein ingresó en la orden de las Carmelitas Descalzas, precisamente la misma congregación que ocupa el monasterio  al que la Cruz derribada daba su sombra y protección, “la Cruz de las Descalzas”.

Desde perspectivas  distintas el comunista Gramsci y la teóloga Edith Stein llegan a la misma conclusión: la fe, aún en su forma más rudimentaria, determina la conducta del hombre y genera modelos culturales que  configuran la sociedad.

            Me da la impresión de que la señora alcaldesa no ha leído a ninguno de los dos, seguramente por eso se olvidó de que a los representantes políticos se les elige para que organicen la cosa púbica, más aún en el ámbito de la política municipal, no para que se empeñen en cambiar la sociedad desde los supuestos teóricos de ideologías con vocación totalitaria que, sobrepasando  sus límites, tratan de convertir a los ciudadanos en súbditos, provocando así una reacción quizá imprevista, pero desde luego proporcionada.

Esto no va de memoria histórica ni de supuestos avales de la Consejería de Cultura. Va de echar un pulso a la sociedad civil, fuertemente estructurada, en este caso por las hermandades, y el resultado de esos pulsos es imprevisible.  

Una lección a extraer de todo esto: las hermandades no pueden dejar arrebatarse su decisivo papel en construcción de la sociedad civil. El futuro no nos lo jugamos en los sentimientos y actividades, sino en los valores personales y sociales. Eso exige crear conocimientos que fundamenten el modelo  social para impedir que desde la política se cambie dicho modelo.  No se trata de defenderse ante los ataques sobrevenidos, sino de pasar a la ofensiva para asegurar la libertad y dignidad de la persona.