Ignacio Valduérteles
Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme


Una de las cualidades del Papa Francisco es su capacidad para generar titulares. Pero si alguien se quedara  sólo con el  titular terminaría desvirtuando el mensaje. El mismo Papa en una reciente entrevista (24 de mayo 2015) al diario “La Voz del Pueblo” comentaba: «los problemas que te arman, con que dije o no dije… Los medios de comunicación toman una palabra y por ahí la descontextualizan. Contra ese enemigo no podés».  

En Evangelii Gaudium el Papa carga contra  “la economía de la exclusión y  la desigualdad. Esa  economía mata” (n. 53) afirma, poniendo de manifiesto las consecuencias del predominio del economicismo en detrimento de una orientación antropológica de la economía (n. 55).

De “esa economía mata”, titular ya descontextualizado, a “el liberalismo mata” hay un paso y se da interesadamente. La economía, el intercambio de todas las realidades que posee el hombre,   es una cuestión radicalmente antropológica, es acción humana; no se agota o se resuelve en propuestas de gasto público, impuestos, o inversiones, sino en la identificación con la persona humana y su dignidad y libertad. No puede constituirse ni desarrollarse sin constituir una referencia a lo  que es el hombre.

Apunta también el Papa   la necesidad de una sana laicidad, de la subsidiariedad y de  la solidaridad,  en las antípodas del laicismo montaraz. Propone conjugar la flexibilidad del  mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales. En definitiva: no correr el riesgo de vivir en el reino de las ideas, de las palabras, de la imagen, de los sofismas… terminando por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político.

Las condenas de la Iglesia (desde Gregorio XVI, hasta Benedicto XVI y el propio Francisco) no son contra el liberalismo económico, ni contra la defensa, frente a toda opresión, de la libertad -valor fundamental y constitutivo del hombre como ser racional así creado por Dios- sino contra desviaciones y errores dogmáticos y morales derivados del liberalismo filosófico, basado en una supuesta autonomía del hombre ante Dios y ante la ley moral objetiva como norma última de conducta.

Un liberalismo éste que no tiene nada que ver con el liberalismo de los escolásticos,  ni con el liberalismo político de Locke,  ni con el liberalismo económico de Adam Smith, ni con los planteamientos de la Escuela Austríaca. Ninguno de estos liberalismos ha sido condenado por la Iglesia.  Al contrario  la propiedad privada;  el mecanismo de formación de precios, con sus exigencias éticas (ausencia de  dolo, fraude, violencia); y el principio de subsidiariedad, superan el multiculturalismo  que excluye una concepción unitaria del bien, y siguen siendo los pilares sobre los que el Pontificio Consejo Justicia y Paz fundamenta su Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, alabado y recomendado muy vivamente por el Papa por Francisco (E.G.184).

Estos no son  planteamientos economicistas, son un logro cultural;  la consecuencia del reconocimiento de la naturaleza del hombre, de sus valores, en acción. La libertad económica reduce la pobreza -ahí están las series estadísticas de A. Maddison y la evolución del Índice Gini, que mide la desigualdad en los ingresos, para probarlo-. Frente a eso la economía excluyente es mala. La financiarización de la economía es empobrecedora, genera  injusticias, mucha desigualdad, falta solidaridad; pero de  solidaridad ética, no sustituible por la solidaridad coactiva, vía impuestos, que provoca el efecto contrario.

Rechazar las recomendaciones de los economistas liberales en nombre de la condena del liberalismo filosófico es una equivocación cuyas repercusiones pueden ser graves, porque deja atrás una concepción real de la economía. Lo que hay que hacer es estudiar, también al Papa Francisco, más allá de las tomas de posición a partir de titulares.  Ahora, en la  encrucijada política actual, más que nunca.