Ignacio Valduérteles
Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme

En ocasiones podría pensarse  que existe una pugna entre la piedad popular, expresión espontánea de la fe de un pueblo, y la jerarquía empeñada en  corregir la espontaneidad de esas formas tradicionales de proclamar y sentir esa fe.  Importa acotar los términos de la discusión sobre el alcance y límites  de esas manifestaciones populares.  

Cultura es el conjunto de creencias y valores generalmente admitidos que conforman una sociedad. En nuestra sociedad son el acervo grecolatino y la tradición judeocristiana quienes  aportan los elementos de la que se identifica como cultura europea. Una cultura que, sin perder sus raíces,  se ha ido adaptando a las peculiaridades de cada pueblo, sus costumbres, folklore y también  el modo de relacionarse  con Dios, su Madre y los santos, lo que se entiende como piedad popular.    

La piedad popular no es un conjunto residual de costumbres tradicionales, mantenidas como curiosidad etnológica, sino la expresión externa y actual   de la fe ajustada a cada cultura. La Iglesia siempre ha visto con buenos ojos esas manifestaciones populares de piedad: “Una fe que no se hace cultura esuna feno plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (Juan Pablo II); pero también ha tenido un especial cuidado en señalar que “desligar la religiosidad popular de las raíces evangélicas de la fe, reduciéndola a mera expresión folklórica o costumbrista, sería traicionar su verdadera esencia”(Juan Pablo II), porque  “la piedad popular es un tesoro que se aprecia y se custodia, porque tiene en sí  mismo una fuerza evangelizadora, pero el protagonista debe ser siempre el Espíritu Santo”  (Francisco), “si no puede derivar hacia lo irracional y quedarse en lo externo” (Benedicto XVI).    

Actualmente ese equilibrio secular, inestable en ocasiones, entre fe, cultura y piedad  popular se ve alterado  por el intento de imponer  un nuevo modelo cultural que sustituye una cultura decantada en siglos por otra creada a golpe de ingeniería social, ajena a la racionalidad y a la naturaleza humanas.  Una falsa cultura que se asienta en la sustitución de la Verdad por una  posverdad que manipula valores  y emociones con el fin de influir en las creencias de cada uno y en las actitudes sociales. Sus ejes son el relativismo moral, la deconstrucción de la familia,  y con ella de la sociedad,  y la aceptación en bloque de  las causas fragmentarias que se van integrando en  esa nueva cultura: ideología de género, modificación de la historia, igualitarismo a ultranza, instrumentalización de la vida en base a razones hedonistas o económicas,  lo que trae como consecuencia una cultura líquida que sustituye  convicciones por  sentimientos, imponiendo además la aceptación global de estos planteamientos si no quiere uno verse sometido a la “pena de cancelación”, el argumento definitivo de la cultura woke.

Este cambio del modelo cultural europeo por otro de raíz populista, trae como consecuencia inevitable el cambio de una piedad popular por una ´piedad populista´. Se cae en una piedad populista  cuando se sustituye la reflexión por el sentimiento;  se  impone el culto externo sobre la Liturgia;  la búsqueda de la Verdad por la aceptación de una cultura  cofrade transformada en ideología; se cambia vivir el riesgo de la libertad por la falsa seguridad de la opinión mayoritaria, y lo más grave: cuando se excluye socialmente, se cancela, a quien no  asuma en su integridad estos planteamientos, especialmente en el mundo cofrade. En este estado de cosas la religiosidad popular se envilece, porque no está sostenida por  una fe que se hace cultura, sino por una ideología desarraigada y sin valores que se erige en  cultura y  trata de apoderarse de la fe.  

Identificado el problema corresponde a las hermandades revertir la situación para intentar recomponer el equilibrio; no desde un clericalismo corporativo, sino desde una sana ´laicidad´ que aboga por el  mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte; nada que ver con el ´laicismo´ exacerbado que impone la exclusión de lo religioso en  los distintos ámbitos de la sociedad, con la pretensión de que quede reducido a la esfera privada.

Los datos para el análisis y la acción están ahí. Ahora se trata de atreverse a  formar parte de esas “minorías creativas” de las que hablaba Benedicto XVI, para recuperar la voz en el debate ideológico.