Ignacio Valduérteles
Tte. de Hermano Mayor
Hermandad de la Soledad de San Lorenzo


Nuestras  hermandades no son ajenas a la sociedad,  forman parte de ella; pretender aislarlas es  conducirlas  a su desnaturalización primero y la inanidad después, especialmente ahora que  la  sociedad española está viviendo momentos particularmente intensos. Durante los últimos años hemos estado centrados en la recuperación económica, desatendiendo  los valores que debían sustentar esa recuperación. Se ha producido así un gran vacío  cultural, caldo de cultivo de una  corrupción devastadora, aireada además por la izquierda  con una hábil política de comunicación que la ha ido asociando sólo a “las derechas”, un concepto tan ambiguo como indefinido, en el que engloba a todos menos a ellos,  que se  arrogan  una pretendida  superioridad moral y cultural  que los  legitima en sus errores.

La consecuencia de ese vacío cultural es la proliferación inducida  de “colectivos identitarios” –LGTB,  feministas, antisistemas, racistas, independentistas, etc.- que dificultan intencionadamente el desarrollo de una sociedad cohesionada en torno a un conjunto de valores comúnmente  aceptados. Un vacío  cultural que ahora tratan de colmar  los poderes públicos  a golpe de ingeniería social,  en el intento de construir una nueva sociedad desde  valores e ideas impuestos desde  arriba – la «Fatal Arrogancia» denunciada por Hayek- que culmine en una democracia popular.

Esta pretendida nueva sociedad promovida burgueses frívolos disfrazados de revolucionarios progres se concreta  en la eliminación de las  clases de religión católica, la promoción de la eutanasia, el ataque a la educación concertada, la deconstrucción de la  familia, la extensión del mal llamado estado del bienestar hasta anular la libertad de elegir, la ideología de género, el intento de modificar por ley nuestra historia reciente, la eliminación de la separación de poderes y, en lo económico, el aumento del gasto y de los impuestos. Lo de siempre: la maximización de las utilidades a corto plazo, aunque esto suponga la quiebra a medio plazo, siempre que ese medio plazo aflore después de las elecciones.

Siempre se ha dicho que, en nuestro entorno,   las hermandades vertebran la sociedad civil. Pues éste es el  momento para desplegar esa capacidad de vertebración, sin malgastar energías en debates accesorios, como   las candidaturas a la presidencia del Consejo o el trazado de la carrera oficial. Las hermandades  no pueden caer ahora en la trampa de la pretendida separación entre unos pretendidos  valores sociales universales y las virtudes cotidianas que éstas viven  –fe, esperanza, caridad, tolerancia, solidaridad, respeto,…-, porque esas virtudes cotidianas, que conforman la sociedad a  nivel local, son las que constituyen el fundamento de nuestra cultura europea, la  que pone a la persona, su dignidad y su libertad, en el centro. Las hermandades no deben dejarse marginar, menos aún autoexcluirse, en las tareas de construcción de una sociedad al servicio del hombre, asumiendo la falacia de que eso corresponde a la política y las hermandades deben dedicarse sólo “a lo suyo”: cultos, sillas  y algunas obras sociales que disimulen la ineficacia del Estado.

No estoy proponiendo que participen en el debate político, sino que cumplan la misión que tienen encomendada, entre otras,  de mejora de la sociedad civil. En una sociedad envejecida culturalmente, cansada, que se está dejando llevar mansamente  al abismo, es imprescindible la recuperación de un  modelo conceptual, un conjunto ordenado de valores, fundamentado en  los principios éticos y culturales que  dieron  lugar al nacimiento de la cultura europea, de la civilización occidental.

Si las hermandades achican progresivamente su espacio de actuación, o se lo  dejan achicar, se verán asfixiadas. Han de recuperar  esos ámbitos de libertad. Las herramientas son  la antropología cristiana, la Doctrina Social de la Iglesia y unas juntas de gobierno dispuestas a asumir esta tarea.

 No caben actitudes elusivas, ni siquiera defensivas. Nuestras hermandades no son dique de contención, sino fuerzas de choque;  no son involutivas,  sino  garantes de la libertad personal; no son conservadoras,  sino impulsoras del progreso, progresistas.

Con la independencia de criterio  que proporciona estar al margen de pugnas electorales,  me  permito ofrecer una sugerencia al próximo Consejo: la gestión del día a día se da por supuesta, lo  imprescindible es definir la visión estratégica: animar a las hermandades a recuperar su protagonismo social. Una tarea apasionante.