P.- ¿No le parece que se están perdiendo un poco los papeles cuándo se trata de medir las hermandades, por sus “éxitos”, traducidos en incremento de la nómina de hermanos, o de nazarenos que ponen en la calle, o lo que es peor: por los minutos que dura la chicotá en la Campana, convertida en un estadio olímpico? Y si nos vamos a algunas poblaciones la rivalidad entre hermandades para ser “mejor que otra” alcanza en algunos casos límites que sobrepasan lo racional. ¿Nadie puede frenar esto?
R.- Desgraciadamente lleva bastante razón. Es cierto que las Juntas de Gobierno han de aspirar a que la hermandad cumpla sus fines de la mejor manera posible, pero esto lleva en ocasiones a la autocomplacencia de confundir lo que se debería ser con lo que en realidad se es.
Analizando el modo de actuar de algunas hermandades se observan dos modelos, asumidos inconscientemente, que a veces se superponen, y que llevan a un gobierno de la hermandad centrado en conseguir resultados inmediatos y mensurables.
El primero es la lógica del éxito: si tenemos éxito es que somos buenos, dicen, entendiendo por “éxito” lo cuantificable, lo tangible, lo que es susceptible de comparación con otros para establecer clasificaciones. Esa no deja de ser una visión calvinista de las hermandades: pasamos de la predestinación del individuo a la de la hermandad, conjunto de individuos. En el calvinismo la predestinación se identifica con el éxito en la vida, por lo que hay que trabajar duro para conseguir el éxito, para ser bueno, e identificarse así con los predestinados. Según este planteamiento, en la hermandad la Junta de Gobierno habría de centrarse en conseguir éxitos tangibles, reconocibles, identificables, que certificarían la bondad de la misma.
Pero la justificación no se alcanza por las obras, sino por la fe.
El otro modelo de análisis, asumido de forma más o menos consciente, es el que origina al dejarse contagiar por la mentalidad dialéctica. Suponer que todo en la vida se reduce a pares dialécticos que hay que analizar y resolver: en la familia, en las relaciones laborales, en la religión y, por supuesto, en las hermandades: poder – oposición; jerarquía – hermandad; ¡fiscal de paso – capataces!
Inconscientemente, supongo, la Junta de Gobierno se identifica aquí con la lógica del intelectual posmoderno, que opera desde una visión histórica, materialista. Pero la realidad, la vida, no es determinismo dialéctico, tuvo un principio y camina hacia su fin concreto y trascendente, y los caminos que llevan a ese fin corresponde al hombre hallarlos en el ejercicio de su libertad, ése ha de ser el campo de acción de la Junta de Gobierno: la libertad personal rescatada por Jesucristo.
La noción de excelencia en la hermandad se ha de relacionar, sencillamente, con la idea de perfección, de identificación con lo que se debe ser. Ser una hermandad excelente es ser una hermandad cristiana. Claro que conseguir eso supone un razonable y permanente esfuerzo por parte de la Junta de Gobierno y considerar otros escenarios de actuación y, consecuentemente, otros modelos de actuación.
Reconozco que a lo mejor he sido un poco complicado en mi respuesta (alguno dirá que pedante); pero en este asunto que hay que elevar un poco el nivel de discusión y análisis. No podemos quedarnos en la cota de quienes no saben o no quieren subir el nivel y prefieren seguir considerando a las hermandades como peñas culturales y recreativas y la vara dorada como medio de autoafirmación personal; pero hay que intentarlo.
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