CARTA ABIERTA A MI NIETO

Mi querido nieto:
Te dirijo esta carta especialmente a ti porque formas parte de esa generación de sevillanos nacidos en vísperas de la pandemia que pronto va a cumplir dos años y aún no han tenido ocasión de vivir la Semana Santa según Sevilla. Intento, en estas apretadas líneas, compensar ese vacío.


El día que naciste te llevé a la clínica mi primer regalo, una fotografía de la Virgen, dedicada por el Hermano Mayor,  que incluía, a modo de reliquia, un trozo del manto.   

A los pocos días vino el confinamiento. Tu primera Semana Santa la pasaste en casa, sin salir. Tus padres no pudieron sacarte en el carrito a conocerla. Sevilla estaba desierta, sin cofradías, ni ruido de cornetas, ni olor a incienso, ni cera en las calles.

Te hicieron  hermano en cuanto se pudo. Foto de tres generaciones que irás completando con otras hasta que tú llegues al puesto de abuelo.

Dentro de poco saldrás de nazareno con la formalidad que caracteriza a los niños de tu hermandad y a tu madre le dirán lo que a tu abuela cuando salía tu padre. ‘No se preocupe señora porque vaya solo,  la Virgen lo cuida’. Y es verdad.

Te aconsejo que no saques la papeleta de sitio por internet, ve a la casa de hermandad de la mano de tu padre. Di bien fuerte tu nombre y apellido: “¡Hombre tú eres el nieto!”, y te hablarán bien de mí (siempre se habla bien de los ausentes) y  sentirás orgullo de pertenencia a tu familia y tu hermandad.

Algún día te separarás  físicamente de tus padres y comenzarás  tu propio camino. No hagas caso de cantos de sirena, sé libre, sigue tu conciencia bien formada; pero para ser libre has de  estar  dispuesto a pagar el precio de tu libertad.

Quiero que te fijes en algo: las Dolorosas en Sevilla no tienen expresión de dolor desgarrado, su cara refleja un dolor  hondo pero sereno,  porque Dios la conforta, no suprime su dolor, pero lo dota de sentido: la Redención y  la maternidad de todos.

Por eso cuando la levantan los costaleros se queda un momento suspendida,  quieta,  le duele reemprender el camino; pero sin dudarlo echa el izquierdo por delante para continuar con suprema elegancia tras su Hijo al que nunca alcanza, hasta que lo recibe exangüe en sus brazos. Luego  pasea por Sevilla su Soledad serena, asumiendo y ofreciendo su maternidad recién encomendada.

Por eso  la Virgen te espera siempre, no sólo en  Semana Santa. Ve a hablar con Ella en horas tranquilas; pero no pongas sólo tu corazón, tu sentimiento, pon tu fe en esa oración.  Construir tu vida de fe sólo sobre sentimientos es débil, como esas construcciones de tacos de plástico que ahora montas en equilibrio inestable, sin cimientos,  y que a la menor contrariedad  se derrumban. Construye sobre el amor, que es  fidelidad en el tiempo. 

Un día, todavía muy lejano, llegarás a la puerta del Cielo. Allí estaré yo esperándote para llevarte de la mano (los nietos siempre van de la mano de los abuelos, cualquiera que sea su edad). Vas recogido, como en la cofradía, mirando al frente. El ángel que nos guía hasta la Virgen se fija en tu compostura.

-¿Parece que no te impresiona mucho el Cielo, no?, se equivoca el ángel

-Bueno, es que yo vengo de Sevilla, le contestas sin desviar la mirada.

Nos deja a frente a la Virgen. A su lado hay otra persona: “No hace falta que me  digas quien eres, tienes toda la cara de tu Madre ¡Además a tí te he visto yo andando por Sevilla!”

Me aparto un poco cediéndote el protagonismo del momento. Ese será mi último obsequio,  dejarte bajo el manto  de la Virgen junto a su Hijo, ese manto del que te regalé un trozo el día que naciste y que aún llevas en la mano a modo de salvoconducto.  

Y habré cumplido mi misión.

Me he alargado. Es tarde y aún me quedan muchas cosas que contarte. Ya lo haremos. Te quiere

Tu abuelo 

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