Hay situaciones que se repiten cada año y cada año nos parecen entrañablemente nuevas,  como la aparición de los primeros vencejos anticipando la primavera, o la musiquilla de los niños que cantan los premios de la Lotería de Navidad. Van formando parte, sin darnos cuenta, de nuestra memoria sentimental. Hay otras que también se repiten cada año, pero que nos resultan cada vez más cansinas, como la coreografía que cada año, en agosto, monta el inefable Sánchez Gordillo y sus palmeros del SAT. Todos los años igual: un numerito para animar los telediarios veraniegos y para entretenimiento de las cadenas de televisión extranjeras, que recogen material para realizar luego algún programa pintoresco de tipo etnológico. Y luego a los cuarteles de invierno, a seguir construyendo la revolución subvencionada.

                   No voy a entrar a analizar los hechos. No dan mucho de sí y, además, ya se ha dicho todo. Sólo una observación, les falla la puesta en escena. Este año la foto de campaña estaba inspirada en el conocido cuadro de Pellizza “Il Quarto Stato”; pero habían colocado delante un cabrito famélico que deslucía la composición. Nada que ver con el bizarro carnero de la Legión, que hubiera dado otro aire a la foto. Pero, insisto, lo que me preocupa no es la coreografía, sorprendente cada año, sino el pretendido soporte intelectual de sus actuaciones: “Expropiar a los ricos para darlo a los pobres”. Se supone, pues, que los pobres sólo dejarán de serlo cuando accedan a parte de las riquezas que ahora tienen los poderosos. Quitar a los de arriba para darlo a los de abajo y así equilibrar la sociedad, eso es lo decisivo.

                   En su apoyo a los facinerosos el diputado de Izquierda Unida Gaspar Llamazares responde en Twiter a un usuario que le pregunta si él va a repartir su sueldo y su patrimonio entre los pobres: “Supones mal. Lo que debe haber es más impuestos para mejorar servicios públicos. Justicia antes que caridad”.

                Pues entre los dos nos han dado las claves de la doctrina económica y social del retroprogresismo de izquierdas. La primera es que la economía es un juego de suma cero;  no se puede crecer, las riquezas son las que son, por eso lo que procede  es repartir mejor lo que hay, en lugar de intentar que haya más para todos. “Expropiar a los ricos para darlo a los pobres”, es decir: dame de lo tuyo para que yo no tenga que molestarme en buscar lo mío. Quienes así piensan desconocen la capacidad irrestricta de crecimiento económico del hombre. La inagotable capacidad de donación, de apertura y, por tanto, su capacidad permanente de crear riqueza. No quieren desarrollarse como personas, poner en juego sus capacidades y su libertad, prefieren la subvención y el reparto.

              Siguiendo con el mismo esquema mental: el Estado –proclaman-  debe garantizar la igualdad social y la eliminación de  los pobres mediante la redistribución de la riqueza vía impuestos. La misma idea, repartir lo que hay, esta vez vía impuestos,  en lugar de crear más riqueza. Robar al rico para darlo al pobre; pero con cobertura legal. Sin embargo la realidad cultural y, por tanto económica, va por otro lado. Alguien tendría que explicar a este conspicuo representante del pueblo  que el mercado es el lugar de la eficiencia y de la justicia conmutativa; que al Estado corresponde la justicia distributiva y la redistribución parcial de la renta, y que hay un “tercer sector”, la sociedad civil, a quien corresponde la gratuidad, la economía del don,  la caridad,  que no es una reserva de buenos sentimientos, más o menos provechosos para la convivencia social, pero marginales. Por el contrario, presupone justicia, sin la que no habría caridad, y es  expresión de auténtica humanidad, de plenitud como persona.

                  Es difícil que entiendan esto. Siguen aferrados a la vieja teoría marxista: cambiar la economía para cambiar la cultura, para cambiar la naturaleza humana. Eso sólo es posible con subvenciones que mantienen la ilusión, sostenida, además, por cabalgatas veraniegas Me gustaría hablar tranquilamente de estas cosas con el señor Sánchez Gordillo; pero con tranquilidad y argumentos, no con espectáculos y consignas. Me temo que no va a ser posible.

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