También en la gestión empresarial existen modas. Hace unos años el remedio para todos los problemas era el “just in time” (así, en inglés, que quedaba mejor). Luego fueron los círculos de calidad, el trabajo en equipo, o la ventaja competitiva. Todos estos conceptos tienen su parte aprovechable, faltaría más; pero cuando se toman como referentes absolutos terminan perdiendo sentido y eficacia.

Últimamente viene pegando con fuerza el Protocolo Familiar. Ese documento suscrito por los familiares socios de una empresa familiar, para organizar las relaciones entre la familia y la empresa, y tratar de garantizar la continuidad de la misma.

No voy a poner en duda la importancia que un buen Protocolo Familiar puede tener en la gestión y continuidad de la empresa familiar. Lo que trato de precisar son algunos puntos: el primero es que un Protocolo Familiar no arregla nada que no esté previamente arreglado; pretende, simplemente, ordenar una realidad familiar para adecuarla, de modo eficaz, a la gestión y desarrollo de la empresa. Tampoco sería prudente la actitud de quienes pensaran que, una vez firmado el Protocolo Familiar, se acabaron los problemas. Éstos pueden surgir en cualquier momento, con protocolo o sin él, lo que éste intenta es proponer soluciones a los problemas previsibles y establecer los criterios a emplear para abordar los imprevisibles.

Acotadas las expectativas conviene reflexionar sobre cómo poner en marcha la elaboración del protocolo. Evidentemente no se trata de un documento-tipo, que puede adaptarse a cualquier empresa sin más esfuerzo que el de poner en una plantilla los datos de la misma. Debe ser un trabajo totalmente personalizado, elaborado por una persona –o equipo- experto en temas jurídicos, empresariales y, sobre todo, con unas ideas muy claras y coherentes sobre el concepto de familia y de empresa. El empresario debe pensar que si se van a tocar las dos instituciones que más le preocupan: su familia y su empresa, no debe ponerse en manos de quien no conozca, previamente, su cualificación profesional y, lo que es más importante: su escala de valores.

Los temas que deberá regular el Protocolo Familiar serán distintos, en cada caso; pero hay algunos que creo deben incluirse obligatoriamente. Me refiero a todos los relativos a la Gestión de la Empresa: órganos de gobierno, sucesión, condiciones para trabajar en la empresa, política salarial. A los que se refieren a la Propiedad de la Empresa: transmisión de las acciones o participaciones, valoración de la empresa, capitulaciones matrimoniales. A los aspectos Económicos y Financieros: información a suministrar a la familia, política de reparto de dividendos, fondo para recompra de acciones…

Es importante incluir también una serie de puntos, difícilmente encajables en los apartados anteriores, relativos a los criterios y actitudes que deben mantener los miembros de la familia con respecto a la empresa y al resto de los integrantes de la familia. Me estoy refiriendo a la conservación y desarrollo en la familia de una serie de valores que hacen fuerte a la empresa. Lo que caracteriza a la empresa familiar, más allá de los vínculos de parentesco que unan a los propietario de las acciones, es precisamente ese conjunto de valores que la constituye como un centro de creación de valor económico y de desarrollo personal.

 En definitiva: Protocolo Familiar sí; pero bien elaborado, en el momento adecuado y por profesionales competentes. Si no, mejor es quedarse quietos.

 

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