Cada vez con más frecuencia atiendo a hijos de amigos. Me los mandan sus padres para que les oriente sobre la puesta en marcha de una empresa que quieren montar. Ya voy cogiendo práctica. Lo primero es pedirles que me definan, en no más de veinte palabras, en qué consiste su idea de negocio. Superada esa primera criba que no es fácil, por lo que implica de síntesis y claridad de conceptos, hacemos una cuenta de resultados previsional, muy sencilla, en la que se anotan todos los gastos previsibles, más un 10% del total para los imprevisibles, y así calculamos las ventas mínimas mensuales que tendría que hacer para alcanzar el punto de equilibrio, o sea, para cubrir gastos.

Este es un nuevo criterio de selección, muy sencillo, pero en el que se viene abajo más de un proyecto. Si también lo supera ya podemos empezar a hablar más en serio. Lo primero, una afirmación mía tan rotunda como desconcertante para el aspirante a empresario:

“La idea podría funcionar; pero no sé si tendrás éxito, porque en el mundo empresarial no se compite en productos (o servicios), sino en modelos de negocio”.

Es el momento de apartar a un lado los esquemas societarios y los borradores de cuentas de resultados y ponerse a hablar en serio.

La empresa no se sostiene sólo sobre una idea de negocio, por brillante que ésta sea, sino con valores como el respeto a los trabajadores, el cumplimiento de los compromisos adquiridos con proveedores y clientes, la prudencia en la gestión, la serenidad en la toma de decisiones, la lealtad, justicia, fortaleza, sobriedad y algunos valores más que hay que inculcar en la empresa desde su creación.

Sacar adelante una empresa no es una actividad, es un estilo de vida. No se es empresario de lunes a viernes (salvo que haya puente que acorten la semana), se es todos los días, en la empresa y fuera de ella. Esto exige esfuerzo no sólo en las operaciones empresariales –producción, aprovisionamientos, producción, logística, finanzas, ventas,…- sino en la adquisición y reforzamiento continuo de esos hábitos de conducta. Aquí hay que hacer una aclaración: los valores no se adquieren con subvenciones, sino con compromiso. Con ilusión en construir algo que perdure, en crear riqueza, en contribuir al desarrollo de mi entorno. Ser soñador; dejar algo que perdure, no sólo unas fotos y un recuerdo más o menos sentimental; iniciar un camino que otros seguirán. Pero para eso, para dar lo mejor de mí mismo, hay que tener un proyecto importante, que me supere. Sólo así es uno capaz de sacar lo mejor de sí mismo, de esforzarse para que esos valores no sean un disfraz, algo añadido, sino hábitos que definen el carácter.

Al llegar aquí alguno de mis interlocutores sonríe y me dice que vale; pero que a él lo que le interesa son técnicas de gestión para que le vaya bien y ganar dinero. A lo mejor les va bien y ganan dinero; pero no son empresarios, simplemente se ganan la vida vendiendo determinados productos o servicios. Empresario es el que, además de ganarse la vida y crear riqueza, considera que las personas no son objeto de la economía, sino sujetos de la misma.

Una empresa no se hace sólo con buenas ideas y buenos productos. Se hace con buenas personas, que son las que definen el modelo de negocio. Algunos se van sin enterarse; pero también los hay que entienden lo que les decía al principio: que hoy no se compite en productos, sino en modelos de negocio. Unos modelos en los que el imprescindible entramado de técnicas de gestión, producción y ventas, tiene que apoyarse en personas que ejerzan como tales, con valores.

 

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