“En el futuro, el que sepa hacer algo tendrá trabajo; y el que sepa por qué lo hace será el jefe”. Así, de esta forma tan castiza, me resumía un empresario cómo veía el futuro del mercado de trabajo.

 

Su experiencia le llevaba directamente al núcleo del problema. Hoy, en nuestra economía, se están solapando dos crisis que se refuerzan mutuamente: la crisis económica y la crisis de conocimientos.

 

Las dos tienen algo en común: el origen de las mismas está fuera del alcance del empresario, especialmente del pequeño y mediano empresario; pero, sin embargo, aún tiene capacidad de gestión para tratar de enderezar los problemas y desarrollar alguna ventaja competitiva donde la mayoría sólo ven problemas.

 

Las carencias de esta crisis de conocimientos se manifiestan en tres grandes espacios: la educación básica, la innovación y el uso de las nuevas tecnologías de la información, y la comunicación, lo que se suele llamar las TICs.

 

Que la educación básica en nuestro país, y especialmente en Andalucía, es un desastre no es algo nuevo; cada año el informe PISA se encarga de recordárnoslo y los políticos de encontrar justificaciones y prometer soluciones; pero el problema es de fondo. Mientras se continúe con los planteamientos de no premiar el esfuerzo e igualar por abajo, para no frustrar a quienes no se esfuerzan; mientras se impulse la socialización de la mediocridad, no levantaremos cabeza y ese déficit de conocimientos se arrastrará durante toda la vida.

La primera consecuencia de esta falta de conocimientos básicos es la falta de innovación en la empresa. La innovación no es algo que corresponda a un departamento específico, donde se encierran unos sabios, sino que debe ser el clima general de la empresa. Como ocurre en la agricultura, cuando el sustrato es adecuado se producen buenos frutos; los pedregales y las cunetas sólo producen cardos borriqueros.

Las TICs, la informática para que nos entendamos, ha supuesto un cambio radical en la gestión de empresas y en la economía, en general. No hace falta explicar la importancia de los programas de contabilidad, de gestión de almacenes, de trazabilidad, factura electrónica, comunicaciones por internet y todo el abanico de posibilidades que se van abriendo diariamente. Sin embargo una reciente publicación del Instituto Nacional de Estadística resulta demoledora: el 30% de las pymes de menos de 10 empleados no cuentan con un ordenador en su empresa; el 47% no tienen acceso a internet, y sólo el 20% cuentan con una página web propia.

La consecuencia del panorama que acabamos de dibujar es que, con unos recursos humanos de tan escasa formación, nuestra actividad económica ha de concretarse en sectores intensivos en mano de obra poco especializada. Así la única ventaja competitiva es el precio y en productos de baja tecnología. Es la posición más débil y vulnerable, como se acaba de demostrar en la crisis del sector de la construcción y otros afines. Con ese planteamiento no nos debe extrañar que las empresas cierren o, las que puedan, se trasladen a otros países donde encuentren esa misma mano de obra poco cualificada, pero más barata.

La respuesta a estos problemas no es sencilla ni universal; pero va en la línea de buscar nichos de mercados más selectivos. Esos nichos no aparecen ni se cubren por casualidad, son el resultado de la creatividad permanente en la empresa. Creatividad que, acabamos de decir, se sustenta en la formación. Todo esto no se compra en el mercado, empieza por el desarrollo de una cultura empresarial –los valores y modos de trabajo compartidos- centrada en las personas, no en los resultados económicos a corto; pero de eso ya hablaremos en el próximo número.

 

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