Ignacio Valduérteles
Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme

Puede parecer oportunista y forzado relacionar a Benedicto XVI con las hermandades precisamente ahora; sin embargo las hermandades son asociaciones de fieles de la Iglesia católica, en cuyo nombre actúan (CIC, c. 301.1), en consecuencia todo lo que afecte a la Iglesia afecta a las hermandades. En el fallecimiento del papa emérito, más allá de las palabras de sincera condolencia, éstas tienen una oportunidad para hacer balance de sus aportaciones a las hermandades, confrontarlas con su realidad, extraer consecuencias y decidir líneas de actuación.


De la extensa labor catequética de Benedicto XVI hay un tema al que dedicó especial atención y que afecta de lleno a las hermandades: la cultura.


Su preocupación en este campo ya lo manifiesta en 1968, cuando los acontecimientos del Mayo francés y su eco en la universidad alemana ponen en crisis los modelos culturales imperantes. A partir de ahí aborda este tema argumentando la necesaria relación entre la fe y la razón. Sin esta relación la sociedad deriva hacia un relativismo en el que no hay Verdad, sólo opiniones, negando así al hombre la posibilidad de alcanzar su plenitud como tal.


Dos citas suyas, dirigidas al mundo de la cultura, sintetizan su opinión:


«Una cultura meramente positivista que circunscribiera la pregunta sobre Dios al campo subjetivo como no científica, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves». (Encuentro con el mundo de la Cultura. París, 12.09.2008)

En su comentado discurso en la Universidad de Ratisbona (12.09.2006), tras exponer la confluencia entre la fe y la razón a partir de la llegada del cristianismo al mundo de la filosofía helénica, explica cómo actualmente « … la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud; la fe a su vez, necesita el diálogo con la razón moderna».


Ahí se contiene el fundamento para la irrupción definitiva de las hermandades en el mundo de la cultura. Ninguna institución mejor posicionada en nuestro entorno para esa síntesis entre fe y razón que consolide una cultura a la medida del hombre, para urdir tejido social. El gobierno de la hermandad no puede llevar a suspender el criterio ético ni la razón. Es imprudente aislarse en un gueto cofrade que lleve a inhibirse de esta responsabilidad por miedo o comodidad, evidenciando una pusilanimidad derivada de la falta de formación.
Desde hace unos meses se viene produciendo una interesante discusión en algunos medios preguntándose dónde están los cristianos intelectuales, mostrando su perplejidad ante la ausencia de un pensamiento específicamente cristiano en una sociedad marcada por una guerra cultural en la que cada grupo identitario presenta sus opiniones, a veces de forma desaforada. Me atrevo a afirmar, o quizá a desear, que, en buena medida, esos intelectuales están en el entorno de las hermandades y ya van creando un cuerpo doctrinal estimable. Son focos aislados pero esperanzadores.


Es necesario superar el bucle de gestionar la rutina, sin plantear nuevos horizontes. Ser conscientes de que una hermandad no se gobierna con emoción y opiniones, sino con oración y convicciones. No ofreciendo el bullicio de vivir experiencias, sino anclajes que perduren.


Eso puede suponer ir a contracorriente en ocasiones, incluso dentro del mundo cofrade; pero «no se puede dimitir de la libertad de espíritu, de la osadía de defender los principios, buscando incluso la confrontación cuando sea preciso» afirmaba rotundo Benedicto XVI. Él mismo da ejemplo, sus confrontaciones con Jürgen Habermas ó Marcelo Pera, pensadores marxistas, son modelo de rigor y firmeza en la argumentación y de profundo respeto, incluso afecto, hacia el oponente.


«El futuro de la Iglesia sólo puede venir y vendrá de aquellos que tienen raíces profundas y que viven de la plenitud pura de su fe. No vendrá de aquellos que sólo eligen el camino más cómodo», explicaba al periodista Peter Seewald en una larga entrevista que mantuvieron. Una afirmación aplicable a las hermandades, parte de la Iglesia.