Ignacio Valduérteles
Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme
Los expertos en comunicación señalan la importancia de fijar el marco de referencia, las pautas culturales e ideológicas para comprender y explicar la realidad. Hoy el marco interpretativo de lo que se ha dado en llamar izquierda está definido por la deconstrucción de la realidad y la creación de una nueva realidad diseñada por la resignificación del lenguaje y la cancelación (woke) de lo que, a su juicio, se oponga a esta ola de progreso.
Una izquierda que se autodefine como progresista, que crea y otorga derechos y garantiza un estado del bienestar en continua expansión. Por oposición la derecha es retrógrada; contraria a la libertad; está mediatizada por la Iglesia; recorta derechos; favorece lo privado, que siempre es malo, y desmantela lo público, que es lo progresista.
Asumir ese marco es aceptar una pretendida superioridad moral de la izquierda que no reconoce la dignidad de la persona y su libertad, algo que ya plantearon Platón y Aristóteles desde la razón, y más tarde asumieron S. Agustín y Santo Tomás, respectivamente, añadiendo la perspectiva de la Revelación y sentando las bases de nuestra cultura europea. Rechazar el recurso a la razón argumentando que ésta es autoritaria, eurocéntrica y racista, como proclaman algunos, evidencia falta de soporte intelectual.
Es preciso definir otro marco de discusión, otros parámetros de análisis de la realidad, en los que se reconozca la dignidad de la persona y su libertad, entendida como capacidad de elección entre vínculos, no como independencia desvinculada, puro relativismo.
Una realidad social en la que los derechos no se otorgan, ni se crean. Son intrínsecos a la persona, conforman su naturaleza. Han de ser reconocidos y respetados. En la que la historia no es fatalmente dialéctica, sino que avanza en base a decisiones libres.
Un marco de discusión y análisis en el se desmonte la sutil tergiversación de sustituir el concepto de identidad, en el que uno se identifica con los demás manteniendo su libertad, por el de la igualdad colectivista en la que los disidentes son condenados al ostracismo o cancelación.
Entre esas pautas para el análisis social también es importante reconocer que el llamado Estado del Bienestar no es un concepto en permanente expansión financiado con un dinero “que no es de nadie”; sino que está limitado por los recursos disponibles obtenidos con los impuestos, el necesario respeto del Estado a los derechos de los individuos y por el principio de subsidiariedad.
El Estado tiene la obligación de garantizar los servicios básicos a los que los ciudadanos tienen derecho -especialmente sanidad y educación-, pero no de asumir inevitablemente su gestión. Lo público no se define por quién financia, siempre el ciudadano directamente o mediante sus impuestos, sino por quién gestiona.
Conscientes de que la realidad no es binaria (progresista-fascista, derecha-izquierda, clase trabajadora-“señores con puro”, …), sino que la conforman distintas variables a ponderar para construir un sistema coherente y en continua actualización; sin renunciar a la historia, que nos permite entender el presente y diseñar el futuro.
Esas son las coordenadas de interpretación de la realidad en las que hay que plantear el debate social. La batalla no está en la gestión, sino en las ideas que la fundamentan. Las ideas preceden a la gestión, que son ideas encarnadas.
“¡En mi hambre mando yo!”, dicen que replicó el jornalero a quien quería comprarle el voto. También el marco de referencia lo decido yo, sin renunciar a los valores y sentimientos que forman mi patrimonio cultural, sin aceptar la miseria intelectual de sustituir el pensamiento creativo, por una sucesión de frases hechas, que sólo buscan la descalificación del considerado contrario. Las variables del análisis las establezco yo, conscientes de que la libertad, también de pensamiento, tiene unos costes que hay que asumir: conflicto o sumisión, esa es la disyuntiva que plantea toda batalla por la libertad.
Afortunadamente se aprecia una reacción en la sociedad civil, en forma de foros, fundaciones, medios, thin-tank o laboratorios de ideas, y también reuniones informales en las que se hablan estos temas, lo que toda la vida se han llamado tertulias, con diferente hilo conductor, sin afán proselitista, ni de influencia a corto; pero en las que los contertulios reafirman y complementan sus planteamientos, que luego manifiestan con naturalidad.