Era, y sigue siendo, el terror de las vacaciones. Cuando por fin se terminaba el colegio y nos disponíamos a disfrutar un largo  y merecido descanso –siempre era merecido- aparecía nuestra madre con un odioso cuaderno, al que solían poner un título supuestamente atractivo, que no era otra cosa que los temidos deberes de vacaciones. Nunca terminábamos de comprender por qué había que hacer deberes si precisamente estábamos de vacaciones.

Ahora ya no tenemos que hacer ese tipo de deberes, tampoco hay una persona mayor que nos obligue a retrasar  el baño hasta que no esté terminada la tarea del día;  pero estos días de descanso –el que los tenga- siguen siendo buenos para pararse a reflexionar  un poco, coger distancia del día a día  y hacernos planteamientos amplios, con visión de conjunto, con perspectiva, la que nos falta cuando estamos metidos entre los problemas diarios.

             Sugiero adentrarnos en algo realmente importante: nuestra empresa; pero abordando su análisis desde una perspectiva distinta a la habitual. No se trata de estudiar cómo aumentar las ventas, o reducir costes, ni  de buscar nuevas fuentes de financiación o plantear un nuevo organigrama,  sino de ver la forma de crear más valor para los clientes, los empleados, los proveedores y la sociedad en general.  Por chocante que parezca a algunos,  los empresarios no son esos seres malvados y depredadores que crean empresas para obtener el máximo beneficio,  sin importarle los medios, sino personas con sueños y pasión empeñados en conseguir los objetivos de la empresa,  y éstos pasan por satisfacer los intereses de las partes implicadas en ella.

            Decía Schumpeter que ‘la historia de la economía es la historia de la cultura’; más cercano a nosotros, Rubio de Urquía explica que ‘toda forma económica es la expresión de una determinada antropología’. Trasladándonos  al ámbito de la empresa podríamos traducir estas afirmaciones enunciando que  lo que hace a una empresa excelente no es su cuenta de resultados o sus beneficios, lo que da la medida de la excelencia empresarial  es la calidad de las personas que la impulsan.

            El análisis de mi empresa no debe orientarse entonces al análisis de las variables económicas y financieras, sino a la reflexión sobre  mi calidad humana y la  forma de mejorarla. Para eso una sugerencia, en forma de deberes de verano. Es un clásico recomendar libros para esta época, yo me atrevo a recomendar dos, muy distintos: uno de ellos, que se publicó por vez primera en 1976 y va ya por la  decimoquinta edición,  es La educación de las virtudes humanas, del profesor David Isaacs (EUNSA). Aunque se anuncia orientado  a la educación de los jóvenes, en realidad presenta un estudio sistemático de esas virtudes, o hábitos operativos, que dotan al hombre de excelencia. Dar un repaso a valores como la laboriosidad, la fortaleza, la lealtad, la sobriedad, la perseverancia, la responsabilidad y algunos más es un estupendo ejercicio veraniego. El otro es mucho más reciente, de este mismo año: Conscius Capitalism: Liberating the Heroic Siprit of Business, de dos autores estadounidenses, John Mackey y Raj Sisodia (Harvard Business Press). Su planteamiento es rotundo: el marco matemático de la economía libre de mercado desarrollado por los economistas neoclásicos no representa la verdadera naturaleza del capitalismo. Ésta radica en la integridad de las personas que no dudan en transformar sus sueños en organizaciones creadoras de valor, arriesgando sus recursos en el empeño.   

            Dos libros complementarios que ofrecen un horizonte  más enriquecedor que la lectura de los papeles de Bárcenas,  o el último auto de la juez Alaya. Esta es mi propuesta de  ‘deberes de vacaciones’. No crea que hay muchas más alternativas, ya ni el posado veraniego de Ana Obregón.

 

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