En Geometría se definen líneas paralelas como  “las que, situadas en el mismo plano, por mucho que se prolonguen nunca se encuentran”, al menos esa era la definición que recogía la Enciclopedia Álvarez, en las que tantos españolitos cimentaron su formación intelectual. No sé, es posible que ahora, con la ideología de género, la definición haya cambiado: ¿acaso no es una limitación que dos líneas, por el hecho de ser femeninas, estén condenadas a no encontrarse?

Nos quedamos con la definición de toda la vida, pero trasladándola al campo de la economía. También existen economías paralelas, que por mucho que se prolonguen en el tiempo nunca llegan a encontrarse. Me refiero a las empresas y organismos públicos y a las empresas y organizaciones privadas. O si lo prefieren a la economía de lo público y a la economía a secas, la real, la que ponen en marcha los individuos, libremente, ofertando y consumiendo productos y servicios en un mercado abierto.

Conozco algunas empresas públicas en las que he tenido ocasión de intervenir profesionalmente. Salvando la profesionalidad y buen hacer de muchos de sus gestores, es un sector con unas reglas peculiares, en las que la productividad, la optimización de los puestos de trabajo, el análisis permanente de la evolución del margen neto y la cuota de mercado (cuando éste no es cautivo) no constituyen las prioridades de los directivos, y si les preocupa, no está en su mano tomar decisiones para intentar enderezar el rumbo. En las privadas ésas son las preocupaciones cotidianas del gerente Si hay pérdidas a final de ejercicio,  en las públicas el Presupuesto las cubrirá. Las privadas van a concurso.

Estas diferencias, alcanzan su nivel máximo en las organizaciones sin ánimo de lucro. La primera diferencia ya se observa en sus fines: mientras que las privadas se suelen dirigir a atender necesidades  realmente sentidas por la sociedad (gestión comedores sociales y economatos; proporcionar formación o empleo a personas sin recursos; atender a embarazadas con problemas; atención a enfermos terminales o a sus familiares;  acompañar a personas mayores; atención médica,  y muchas más actividades, también fuera de nuestras fronteras, pero en la misma línea), las públicas se suelen enfocar a cuestiones que se alejan un poco más del sentir del ciudadano normal (sensibilización democrática de la mujer indígena en la selva amazónica; la evolución de las herramientas de caza en los pueblos subsaharianos;  guías para el conocimiento del cuerpo por los adolescentes, y algunas perlas más que recoge la prensa en ocasiones).

Una primera conclusión es que cuando hay que recabar dinero de los ciudadanos éstos están dispuestos a colaborar con asociaciones que les inspiran confianza tanto por sus fines, como por su gestión. Las públicas, en cambio, se ven obligadas a recurrir a subvenciones públicas como única fuente de ingresos porque su “oferta” de servicios no es reconocida por el “mercado”.

Hay más. También los modelos de gestión se diferencian. Conozco de primera mano la labor que están desarrollando muchas entidades privadas, el rigor profesional con el que se gestionan; su capacidad para conseguir ingresos privados (conozco alguna que en los últimos ejercicios está consiguiendo doblarlos, ¡a pesar de la crisis!); la capacidad para descubrir “nichos de mercados” -necesidades sociales- no atendidas, y lo irrisorio de los costes de gestión, cuando los hay.

Economías paralelas que parece que están condenadas a no encontrarse. Aún más, hay un sector de la sociedad –normalmente enchufado a la cultura de la subvención pública- al que  molesta el que podríamos denominar éxito de algunas entidades privadas, como Cáritas, y  critican el que alguien, en la libre disposición de sus bienes,  les haga un generoso ingreso.

¿Para cuándo la eliminación de subvenciones a cualquier tipo de organización y una ley de mecenazgo que permita a los ciudadanos asignar libremente los recursos a aquellas entidades que, a su juicio, atiendan más eficazmente las necesidades que cada uno juzgue prioritarias?  Si hay un sector en el que es importante introducir los principios de libertad y competencia es en el de las organizaciones sociales.

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