No soy entendido en vinos. Cuando pruebo alguno mi única apreciación es: me gusta, o no me gusta. Me asombra, y respeto, a quienes son capaces de apreciar en un vino que «su boca es potente, con notas de frutas confitadas con evocaciones tostadas que realzan su volumen».  Lo mismo me pasa con el cine. Hay películas que me emocionan, otras me divierten, otras me interesan o me inquietan, y las hay que me aburren; pero nunca he leído Cahiers du Cinéma (la revista de culto de los cinéfilos), ni cronometro la duración de las secuencias. Mi lista de películas favoritas es posible que no coincida con la de los grandes críticos; pero tampoco me preocupa, entre otras cosas porque tampoco ellos coinciden entre sí.
            Con esos antecedentes personales, acabo de ver una película que me ha emocionado, inquietado e interesado, al mismo tiempo: “Vivir para siempre”, además tiene grandes aplicaciones en la actividad empresarial.
            No es una película cómoda de ver, te implica. No es para pasar una tarde entretenida en el cine.  El argumento –que cuento a muy grandes rasgos en atención a los que vayan a verla- es simple: un niño de doce años, afectado por una grave enfermedad, decide hacer un vídeo-libro, en el que refleja sus impresiones sobre la vida y la muerte, y  nos cuenta cuáles son sus deseos, sus metas. Tan sencillo como eso, y tan profundo.
            Ya el mensaje publicitario que acompaña a la película es sugerente: “persigue tus sueños, cada minuto cuenta”: Dicho de otra forma,   cuando se trabaja de forma inteligente, intensa y continua por unos objetivos, las cosas suelen salir adelante; quizá no de la misma manera que habíamos imaginado, a veces incluso mejor.
            Nuestro protagonista, Sam, no tiene miedo a la muerte,  la afronta con una serenidad desarmante, porque no la ve como un fracaso, sino como una apertura a nuevas oportunidades. Ese es, también, uno de los ingredientes con que tiene que contar el empresario: la posibilidad del fracaso, con la convicción de que el fracaso no es el fin, sino la oportunidad de emprender nuevos caminos. “Dios hace que las personas enfermen para que sean mejores; aunque no lo entienda”, nos explica. Eso cuesta. Cuesta aceptar el fracaso,  en primer lugar, y cuesta superarlo. Hay que esforzarse por subir las escaleras mecánicas que bajan, como hace el protagonista. Subir por las que suben no tiene mérito, es lo que hacen todos. Las empresas que salen adelante son las que no siguen el camino fácil, las que emprenden nuevas vías, se caen, bajan, y lo vuelven a intentar.
            No todo es maravilloso, claro que hay momentos de hundimiento. En uno de esos momentos Sam se abraza a la madre y, juntos, lloran hasta desahogarse por completo. Y después a reemprender la tarea. Yo desconfío de los súper directivos agresivos que dicen que nunca se vienen abajo. Es mentira. Lo preocupante no es un desánimo circunstancial, eso nos pasa a todos, sino no tener con quien compartirlo: eso es lo que agota la capacidad emprendedora.
            Nuestro amigo Sam está enfermo, pero no quiere ser el centro de atención: “Odio que la gente finja que se preocupa por mí”: Todo lo contrario: “Sólo quiero observar a papá y a mamá”. Cuando el empresario se cree el centro del mercado, en lugar de poner en el centro a  sus clientes, empleados y proveedores, la empresa empieza perder el rumbo. Porque el emprendedor se jubilará, la empresa pasará a otras manos –o cerrará- pero la vida seguirá, aunque yo ya no esté en el mercado, y lo más importante: no pasará nada, no se provocará ninguna catástrofe económica.
            Lo más importante: para cumplir sus deseos (de la misma manera que el empresario para  conseguir sus objetivos) nuestro amigo  hace tres cosas: fijarlos claramente, poner los medios y confiar en las personas adecuadas. Quizá no en las que más me halagan, sino en las que más me quieren, aunque me exijan. Por eso la plenitud del  triunfo -para Sam el Cielo- es poderlo compartir con mi equipo –él con sus padres- que son los que me han llevado hasta ahí.
            Una sugerencia, no lea las críticas –yo no lo he hecho-,   a lo mejor incluso hablan bien de la película, sería lo lógico; pero aquí  lo importante no son las técnicas de comunicación visual y la dirección de actores. Hay otra forma de acercarse a ella: dejarse llevar por la magia de un niño, apenas un adolescente, que va abriendo caminos para recorrerlos en el desempeño de la tarea empresarial. Aprovéchelos.
10.11.10

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