Ana

Ronda los treinta años; de apariencia frágil, aunque sus ojos transmiten vitalidad. Últimamente su salud no es muy buena. No puede mantener una actividad normal más de tres o cuatro horas sin echarse un rato a descansar. Las visitas al quirófano ya no son una novedad para ella y, en ocasiones, el dolor le impide hacer cualquier cosa.

Pero ésta no es una historia triste. Todo lo contrario. Ana no se deja vencer por todas esas circunstancias. Tiene proyectos. Está montando una empresa en la que ha puesto mucha ilusión. Aprovecha los ratos de obligado reposo y el postoperatorio para revisar planes de negocio, hablar con inversores, proponer cambios y marcar nuevas líneas.

Construimos nuestra vida en base a decisiones que vamos tomando continuamente, unas más importantes que otras. De la calidad y coherencia de esas decisiones depende la calidad y coherencia de nuestra vida. Es un proceso continuo. Ana pudo elegir cobrar una pensión de invalidez y quedarse en casa; pero su opción ha sido asumir sus problemas de salud y, contando con ellos, vivir plenamente. Con algunas particularidades. Sabe, por ejemplo, que en su despacho tiene que instalar una cama para echarse a descansar cuando se fatigue –porque se fatigará-; sabe que algunos días no podrá desarrollar plenamente su trabajo porque el dolor se lo impedirá; pero eso no son limitaciones para ella, son circunstancias con las que hay que convivir.

Es difícil vivir en soledad; pero Ana cuenta con Javier. El lazo que le une a Ana no es la compasión, sino la lealtad y la mutua colaboración para ayudar al otro a construir su vida.

Todo se resume en conceptos tan simplemente complejos como la reciedumbre, sobriedad, fortaleza, optimismo, orden, sinceridad, lealtad, flexibilidad, optimismo, paciencia, equilibrio y… sentido del humor.

¿Pero no había una crisis económica?, más bien lo que hay es crisis de personas.

Gracias Ana; gracias Javier.

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