¿Libertad para qué?

        Fernando de los Ríos viajó a la Unión Soviética en 1920 para estudiar la posible afiliación del PSOE a la Internacional Comunista. Estuvo varios días visitando el paraíso soviético y terminó su el viaje entrevistándose con Lenin. Después de lo visto en esos días Fernando de los Ríos preguntó a Lenin  cuándo traería el régimen bolchevique la libertad para los ciudadanos El  dictador soviético le dio una respuesta que ha quedado como ejemplo de lo que pueden dar de sí determinadas ideologías: “¿Libertad para qué?”.

Hace unos días estuve hablando con una madre joven que, por diversas circunstancias que no hacen al caso, está sola con su hijo de un año. Me contaba, como todas las madres, lo simpático y guapo que era su hijo. Conociendo cómo había cambiado su vida en poco menos de dos años, pasando de ser una chica joven sin problemas y ganas de divertirse a una madre centrada en su hijo, le pregunté si no  echaba de menos su libertad anterior. La respuesta fue la de una madre: “No. Mi libertad se la he entregado a mi hijo”.

              Lenin o esta madre hablan de lo mismo: de personas y de libertad; pero desde ángulos opuestos. Lógicamente me siento más cerca de esta última. ¿Libertad para qué?, para entregarla a los demás. A las personas que conviven conmigo, en la familia o en la empresa. Si la tarea del empresario, como responsable de una organización de personas,  es crear valor no sólo en lo económico, sino también los productos, los procesos y, sobre todo, en las personas, parece claro que sobre éstas sólo podrá actuar apelando a su libertad. La conexión entre el que manda y el que obedece no radica en la coacción, sino en la voluntad. No basta con dar órdenes para modificar comportamientos. No se cambia si no hay un motivo y éste se elabora  en la inteligencia, mediante la elaboración de un razonamiento, y se pone en marcha mediante un ejercicio de la voluntad.

El ocupar el vértice, la posición de mando, supone la capacidad –y la obligación- de tomar decisiones y hacer que otros las asuman, mover su voluntad para que, libremente, tomen esas decisiones como propias. Ese  juego  se basa en la lealtad: aceptación de los vínculos que me unen a mis colaboradores; el respeto: que supone valorar al otro de manera que procure no sólo no perjudicarle, sino también no dejar de beneficiarle; y el apoyo mutuo: que conlleva un amoroso sentido de la justicia, no un interesado intercambio de favores.

            Eso es, precisamente, poner mi libertad a los pies de los demás. Como esa madre, como tantas personas que aspiran a poseerse para mejor darse.

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