Acabo de recibir el folleto de un congreso de psiquiatría sobre el suicidio. No es un tema muy ameno, pero entiendo que es oportuno tratar de entender que pasa por la mente de una persona que decide quitarse la vida para, en la medida de lo posible, tratar de prevenir ese tipo de situaciones.
Entre las ponencias previstas hay una que me ha llamado la atención: trata sobre el suicidio entre los médicos. Según el breve resumen que se incluía en la presentación, el índice de suicidios es algo más elevado entre los médicos que, por su especialidad, están más cerca del dolor humano.
¿Tiene sentido el dolor, el sufrimiento?, ¿por qué puede destrozar de esa manera a una persona no sólo el dolor propio, sino el ajeno cuando somos testigos de él?
Ninguna vida es un poema en rosa. En todas aparecen las sombras que dan el necesario relieve a la existencia: una enfermedad, la muerte de alguien cercano, una traición no asumida, fracasos profesionales, paro, situaciones económicas complicadas y muchas más.
El dolor forma parte de la vida, aunque a veces cuesta encontrar sentido a la experiencia del dolor y a la ausencia de bienestar físico. Algunos presentan esa incapacidad como una conquista cultural que responde al bien integral humano, aunque entiendo que más bien responde al deterioro de la comprensión del hombre como persona racional y libre.
La experiencia nos dice que las personas que tienen un por qué en su vida, un objetivo – que puede ser sacar adelante a su familia, un amor al que atender, un proyecto ilusionante o, simplemente, tratar de hacer la vida agradable a los demás, aunque sea desde una situación precaria -, encuentran con más facilidad un para qué, eso que ahora se llama resiliencia, la capacidad para sobreponerse al dolor o para convivir con él.
Encontrar el sentido de nuestra vida. Toda vida humana tiene un para qué, aún las más dolorosas, porque tiene como protagonista a una persona cuya dignidad está por encima del dolor.
Difícil de entender cuando se tiene una visión instrumental del hombre, cerrada a la trascendencia.
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