COMUNICACIÓN: TRES MODELOS, TRES CONTRAMODELOS

Uno de los fenómenos más interesantes desde el punto de vista de la comunicación es el estudio de los distintos modos de comunicar en la Iglesia Católica durante los tres últimos pontificados y cómo han reaccionado ante esos estilos quienes se oponen a ella.

Tras la crisis que siguió al Concilio Vaticano II, que sufrió Pablo VI, y descontado el breve pontificado de Juan Pablo I, la llegada de Juan Pablo II supuso un cambio radical en el estilo del papado y, como consecuencia, también de los modos de comunicación.

Juan Pablo II irrumpió como un ciclón alterando modos y costumbres. Con una sólida preparación intelectual y un conocimiento de primera mano de los problemas sociales, fue reconstruyendo los fundamentos de la Iglesia; publicó el Catecismo; el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia; visitó y se desenvolvió con absoluta soltura por todos los continentes, en todos los foros; dejó una obra escrita, entre encíclicas, cartas, alocuciones, discursos, etc. sobre la que ha de pasar aún bastante tiempo hasta que se extraiga de ella toda su potencialidad.

Tras unos meses de desconcierto se fue armando el discurso frente a él: “Viene de un país soviético; está muy marcado por su experiencia; no conoce el mundo occidental”, por una parte, y por otra: “Es puro teatro, domina los recursos escénicos y los aprovecha para arrastrar a la gente tras de sí”.

Con Benedicto XVI la obra de reconstrucción de los fundamentos de la Iglesia llega a su culminación. Sus encíclicas sobre la Fe, la Esperanza y la Caridad, y sus numerosos discursos y escritos sobre temas doctrinales presentan una profundidad y un rigor que consolidan la obra de su antecesor. Su estilo de comunicación es menos vibrante, más reflexivo, exige más de sus receptores.

La contraofensiva mediática no se hizo esperar. No se entra en el análisis de sus ideas, ahora se trataba de presentar a un individuo reaccionario, antiguo, desfasado, perdido en sus elucubraciones, mientras la sociedad iba por otro lado.

Con el Francisco la cosa cambia. El nuevo Papa se apoya en los fundamentos establecidos por Juan Pablo II y consolidados por Benedicto XVI para desarrollar la adaptación de la Iglesia a la sociedad actual. Adaptación en las formas y en la organización, manteniendo intacto el fondo doctrinal. Con una gran capacidad de comunicación y de divulgación, se ha convertido en poco tiempo en un fenómeno de masas.

Aquí se cambia el estilo de la “contracomunicación”. De lo que se trata ahora es de minimizar el contenido del mensaje y alabar las formas externas (justo lo que se criticaba en Juan Pablo II). Es un Papa “soft”, plantean, sin gran profundidad, que presenta una religión cómoda y ligera, apta para todos, sin exigir compromisos. Dicho en plan castizo, el papa del “buen rollito” y de los gestos externos.

Pero este planteamiento empieza a no ser suficiente para desactivar el mensaje. Resulta que, en continuidad con sus antecesores y apoyándose en ellos, el Papa Francisco sigue hablando del pecado, y de la acción del demonio, y condenando el aborto, y exhortando a los fieles a propagar su fe en todos los ambientes, y animando a la confesión, y condenando rotundamente las situaciones de explotación y marginación desde los supuestos de la Doctrina Social de la Iglesia. Todo eso, además, con un estilo de comunicación directo y cercano.

Así que ya ha empezado la segunda fase. El primer torpedo ha sido el informe del Comité sobre los Derechos del Niño, de la ONU, en el que se lanza un duro ataque a la Iglesia, a la que manda también una serie de recomendaciones sobre cómo ha de orientar una serie de temas de moral y ética.

Tres estilos de comunicación, tres estilos de contraprogramación; pero esta vez la batalla de la comunicación se presenta larga y apasionante. Esto no ha hecho más que empezar.

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