ECONOMÍA Y DIGNIDAD PERSONAL

Se dice que los economistas son unos señores que se pasan media vida explicando qué va a suceder en el mundo de la economía, y la otra mitad explicando por qué no se cumplió aquello que dijeron que iba a ocurrir.

El primer paso para resolver un problema es la correcta identificación del mismo. Muchos análisis de la situación actual se olvidan de este axioma, se pierden en el análisis de datos, tratando de encontrar algoritmos que permitan prever comportamientos. Sin embargo se olvidan de algo esencial: en el centro de la actividad económica, o empresarial, se encuentra el hombre, la persona. Si se olvida, o no se conoce, la realidad última de lo que es la persona, los análisis resultarán fallidos.

Primero la Escuela de Salamanca y más tarde la Escuela Austriaca, explican que la economía no es una ciencia natural, sino una ciencia moral y como tal se vincula al hombre, que es un ser espiritual y moral. Esto supone concebir la economía no como una pura herramienta técnica, sino entender que la vida económica se articula y sustenta en un contexto de valores específicos y de instituciones particulares. Si uno tiene un correcto balance de valores e instituciones, no sólo tendrá una economía libre, sino también una sociedad libre. De no ser así, si el marco de valores es inadecuado, se generan serios problemas de orden económico y social.

Cuando el hombre pierde el anclaje de su dignidad última, los derechos humanos se relativizan y la razón acaba cediendo ante el sentimiento. Una concepción errónea, insuficiente, de la persona humana, supone también una idea equivocada de la sociedad y de sus instituciones, y una de esas instituciones es, precisamente, la empresa. Si la empresa se centra exclusivamente en resultados va socavando los fundamentos económicos y de la sociedad en la que se desenvuelve.

Cherchez la femme!, proponía Alejandro Dumas en el siglo XIX. Hoy habría que decir: ¡Buscad a la persona!

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